Crear en el espacio familiar las condiciones adecuadas para un desarrollo sexual libre y natural es parte de una crianza armónica y clave para la salud emocional.
La sexualidad es placer, alegría, bienestar y amor. Como reguladora de nuestra energía vital es uno de los principales moduladores de nuestra salud y tiene una fuerte interrelación con los sentimientos y las emociones por sus imbricaciones neurofisológicas.
Nuestras primeras experiencias placenteras, están asociadas a la piel, al resto de telerreceptores —ojos, oídos, olfato— y la boca en toda su extensión: labios, lengua, paladar. La boca es la principal zona erógena y de descarga de la excitación sexual durante esa primera etapa del proceso madurativo que en 1905 el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, denominó “fase oral”.
Si se respeta el ritmo y la forma natural de experimentar la sexualidad a lo largo de la infancia y de la adolescencia, podremos vivirla de forma plena, en cuanto que su energía, “libido”, circulará libremente por todo el cuerpo, siendo el orgasmo su principal forma natural de satisfacción y de regulación, tal como demostrara el neurosiquiatra y pionero de la sexología Wilhelm Reich en su conocido libro escrito en 1945 La función del orgasmo, donde lo define como “una experiencia amorosa de abandono total a otra persona”.
Fue este mismo autor quien corroboró que la moral compulsiva dominante, fruto de siglos de patriarcado, ignora y reprime las manifestaciones sexuales y afectivas ya desde la infancia, coartando la natural tendencia ecológica del bebé. Ello alterará gravemente su capacidad de regulación bioenergética generando tensiones musculares y rasgos de carácter rígidos que son la base de la coraza personal, predisponiendo asimismo al desarrollo de trastornos de personalidad y de algunas enfermedades psicosomáticas.
SEXUALIDAD Y MADURACIÓN
Inicialmente, el bebé necesita presencia, proximidad y contacto directo, principalmente con el cuerpo de su madre a la que prefiere y distingue del resto por el vínculo amoroso y vital que ha establecido en la vida intrauterina. Instintivamente buscará refugio en su piel y la succión de sus pezones, fuente nutritiva pero también de placer (sexual) y por tanto de autorregulación energética durante esta fase. Investigaciones actuales han demostrado la importancia de este período, al obsevar la relación entre algunos trastornos infantiles del lenguaje, motrices o emocionales —como la supuesta “ hiperactividad”— con la falta de contacto y de vínculo materno.
En esa díada, siguiendo al psicoanalista John Bowlby, la madre debe estar disponible no solo físicamente, sino también emocional y psicológicamente. Por lo que tiene que prestar atención también a su realidad sexual, viviendo con naturalidad los posibles momentos en que pueda llegar a sentir, no solo placer sino también una cierta excitación genital, y atendiendo sus propias necesidades sexuales.
El espacio familiar, a través de los vínculos relacionales que se establecen, cumple pues un papel esencial en la adquisición de nuestra identidad humana, porque a través de la maduración psicoafectiva y sexual se articula adecuadamente tanto el sistema sensoriomotriz como el resto de sistemas vitales.
Como las relaciones que se deben mantener con los bebés y los niños se caracterizaran por la proximidad y el contacto corporal, los padres deberían llevar una vida sexual satisfactoria. De lo contrario, su “estasis” o bloqueo sexual puede influir negativamente en las relaciones con sus hijos, generando a menudo en el bebé situaciones conflictivas tales como estados de agitación, dificultades para conciliar el sueño, e incluso otras más extremas y menos frecuentes como los abusos sexuales infantiles.
Una saludable relación de la pareja permite por lo tanto el equilibrio del sistema familiar, y garantiza la salud emocional y sexual de los hijos.
Pero el riesgo de desequilibrios está siempre presente ya que se comparten experiencias complejas que pueden ser vividas de diferentes formas por sus protagonistas en función de su carácter y de su estructura personal. Durante el embarazo los cambios hormonales y físicos que experimenta la mujer la llevan a primar antes que nada su status de “madre”. Por su parte, muchos hombres —que frecuentemente han vivido situaciones límite en su proceso de maduración sexual infantil, más aún en la fase edípica— ven descender entonces el deseo hacia su compañera, desviándolo hacia otras mujeres. Sin embargo, durante la lactancia, es la mujer quien suele encontrarse con un descenso de la líbido. Y estas situaciones pueden agravarse a lo largo de la crianza con los consiguientes desajustes sexuales y crisis de la pareja.
En mi andadura profesional he tenido ocasión de atender estas situaciones con el objetivo de recuperar su intimidad, su identidad, compartiendo a su vez las necesidades afectivas de sus hijos. En la práctica supone encontrar la fórmula para compartir armónicamente ritmos, necesidades y sexualidades diferentes.
DINÁMICAS INTERFAMILIARES
Si se dan las condiciones adecuadas, supone una gran alegría observar o vivir —según el papel que tengamos en cada momento— escenas familiares que se apoyan en esa perspectiva, como las que describo a continuación:
Observamos la intensa, amorosa y placentera relación que se establece entre el bebé que chupa el biberón o está mamando, y la madre que lo acoge abierta y disponible. El bebé reacciona con un enrojecimiento de la cara, aumentando la intensidad de la mirada hacia los ojos de su madre mientras toca con los dedos el otro pezón y conforme aumenta la intensidad de la excitación puede llegar a tener movimientos clónicos labiales que se pueden generalizar a todo el cuerpo, señal de regulación energética.
La madre siente bienestar, calor, alegría que muestra en una sonrisa sin límite y placer, que en ocasiones puede ir acompañado de una leve excitación genital. En esta escena también puede estar el padre leyendo tranquilamente un libro, escuchando música mientras contempla sin condicionantes a su amada “pareja” o haciendo un puzzle con su otro hijo.
Más tarde, cuando sus hijos duermen o no los necesitan, ambos se dejan llevar por su deseo, compartiendo intimidad y sexualidad y la mujer percibirá la diferencia entre ambas excitaciones, siendo la que experimenta con su compañero la que le puede conducir al orgasmo y por tanto a regularse sexualmente. Hecho que va a contribuir a que pueda vivir la relación con su bebé intensamente, sin miedo a influirle negativamente con su congestión sexual. De esta forma el circuito está completo y en movimiento.
O esa otra viñeta donde varios niños del mismo o de distinto sexo, de cuatro o cinco años, juegan en el cuarto de uno de ellos a las “tinieblas”, a médicos o a darse masaje satisfaciendo así sus primeras inclinaciones sexuales con capacidad para sentir también excitación genital; al mismo tiempo que los padres conociendo y aceptando ese hecho, ven una película abrazados o hacen el amor en otro lugar de la casa. Una vez se han marchado los amigos de su hijo, antes de dormir, se duchan todos juntos, sabiendo que conforme crecen los niños debe ser mayor la distancia corporal, siendo la relación madre-hijo o hija durante la fase oral la única que permite una confluencia de la excitación del adulto con la del niño. Durante el resto de la convivencia, si ésta surge hay que verlo como una reacción problemática que se debe abordar en un espacio clínico especializado, evitando con ello, riesgos innecesarios.
Para terminar con aquella, donde la hija de 14 años tiene una fiesta por la noche y se viste a su gusto, apareciendo antes sus padres con la cara iluminada y una postura fresca y jovial, ante lo cual el padre le expresa de una forma tierna y cariñosa, libre de aspavientos o censuras, lo hermosa que se ve, deseándole que disfrute en compañía de sus amigos.
Escenas todas ellas estimulantes y armoniosas pero difíciles de vivir si no se deja atrás la moral compulsiva dominante y se superan las trampas educativas y del actual sistema sociolaboral, llevando una vida sexual satisfactoria adulta.
SEXUALIDAD LIBRE Y NATURAL
En esta línea de crianza ecológica, un objetivo deseable sería articular dinámicas interfamiliares con tiempos y espacios compartidos donde de forma espontánea los niños de ambos géneros pudieran satisfacer sus necesidades lúdicas y afectivo-sexuales sin miedos ni tabúes, por lo cual las fijaciones sexuales (“edípicas”) con los padres u otras persona próximas serían mínimas y sin consecuencias en su proceso madurativo.
Compartir una sexualidad libre y natural capaz de superar las trampas educacionales y el sistema sociolaboral dominantes es el camino necesario para la recuperación del “paraíso perdido”, o lo que viene a ser lo mismo —retomando el concepto del filósofo Vitalista Henry Bergson— la posibilidad de “Ser Persona”.
Recuadro
HACIA UNA SEXUALIDAD PLENA. Favorecer las condiciones para una crianza armónica, libre y natural:
- Lactancia natural, permitiéndo al bebé que también chupe y muerda otros objetos.
- Permitir el contacto con las cosas y con todas las partes de su cuerpo incluidos los genitales. Que se ensucie o afronte pequeños accidentes no entraña de por sí ningún impedimento.
- Potenciar los encuentros con otros niños y niñas para que puedan desarrollar sus primeros impulsos sexuales hacia los otros.
- Los padres pueden bañarse con sus hijos, compartir masajes y jugar desnudos durante los 4 primeros años, disminuyendo la frecuencia progresivamente hasta los 10 años.
- Evitar los cerrojos en los baños y dormitorios, tolerando el hecho de que los hijos los utilicen de forma puntual o como costumbre en ciertos períodos.
- Transmitir naturalidad ante el desnudo, asumiendo el pudor de cada cual, sin presiones.
- Dar una información clara y veraz de aspectos de la sexualidad conforme lo vayan solicitando.
- A partir de los 10 años respetar su intimidad y lo que pueda hacer en su cuarto, solo o acompañado.
- El niño que haya sufrido situaciones traumáticas o estrés patológico durante su embarazo o los primeros meses de vida, puede vivir un desarrollo madurativo peculiar por lo que se aconseja consultar con un especialista.