La cooperación está en la esencia del ser humano. Debemos romper los moldes biológicos, sociales y educativos para recuperar la creatividad, la autogestión y el apoyo mutuo.
LA COOPERACIÓN ESENCIA DE LO VIVO
Hace más de un siglo, el etnólogo ruso Piortr Kropotkin demostró cómo la cooperación y el apoyo mutuo juegan un papel fundamental en el ser humano, entre otras cosas, porque fue el factor determinante en el proceso evolutivo del Homo sapiens. Dicha teoría que, cuestiona la visión de Charles Darwin y pone de manifiesto sus insuficiencias, es sustentada por muchos científicos actuales, entre los que destacan los biólogos Máximo Sandín y Humberto Maturana quien afirma que “el origen antropológico del Homo sapiens no se dio a través de la competición, como Darwin planteaba, sino a través de la cooperación”.
Parece ser que hubo un periodo histórico en el que los colectivos humanos se organizaron y funcionaron siguiendo esos criterios solidarios. Siendo la acción conjunta, la búsqueda del bienestar y del bien común lo que incentivó la creatividad y permitió la supervivencia de nuestros primeros antepasados. Pero en poco tiempo pasó a practicarse solo en algunas culturas tribales y por colectivos minoritarios porque el predominio del patriarcado- con la consiguiente división jerárquica del trabajo, de roles y de género-, lo fue sustituyendo por relaciones basadas en el poder de unos pocos, el egoísmo y el individualismo. Comportamientos que la sociedad industrial y el actual sistema capitalista basado en el trueque competitivo, convirtió en sus iconos.
Resulta interesante constatar que el mamífero humano es la única especie que ha roto aquella forma de relación, innata y natural, basada en la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo; comportamiento que sin embargo se da en todo el reino animal, como ya demostrara también el propio Kropotkin.
Son muchas las investigaciones realizadas en este sentido. Se sabe, por ejemplo, que una hormiga estresada comunica al instante su estado a las demás gracias a una corriente de ferohormonas que emite su cuerpo y que llega a contagiarlas, ante lo cual buscan entre todas la forma de resolver el conflicto.
Algo similar describió Karl Von Frisch en su estudio sobre las abejas. Observó que tienen la capacidad de transmitir a sus compañeras el lugar exacto donde está ubicado el polen que alguna encontró, mediante una “danza” compuesta por movimientos horizontales y circulares, hecho que potencia la cooperación entre todos los miembros de la colmena, y su integración.
Por tanto, si ese comportamiento forma parte de la naturaleza animal y de la esencia del ser humano, cabe preguntarse si existe algún factor específico, más allá de los culturales y económicos, que impida su desarrollo y configuración social, e imponga por el contrario el modelo individualista y competitivo.
UNA CONSTRUCCIÓN SOCIAL
Fue el neurosiquiatra Wilhelm Reich quién demostró hace ya algunas décadas que es precisamente nuestra estructura personal y su configuración caracterial —que se articula durante el proceso madurativo— la que refuerza y mantiene dicha dinámica social. Observamos sin embargo que, que por lo común, el ser humano se relaciona con su prole desde el principio de su vida hasta la madurez, de una forma antiecológica, al no satisfacer suficientemente o reprimir sus necesidades naturales imponiendo conductas basadas en el miedo y la violencia, dentro de modelos familiares y escolares que priman el individualismo y la competitividad.
Ello genera un sistema defensivo psicocorporal o “coraza caracteromuscular” que, si bien protege al niño del sufrimiento emocional, en la edad adulta le priva del contacto interno con sus necesidades y potencialidades naturales, entre ellas su capacidad de autorregulación, de amar y de cooperación, atrofiando a su vez su sentimiento de pertenencia o consciencia ecológica. Los poderes fácticos refuerzan ese estado de cosas a través de la educación, las instituciones sociales y los medios de comunicación.
Esto viene confirmado por las investigaciones que desde hace unos años realiza Michael Tomasello, co-director del Instituto Max Planck, según las cuales, los niños que colaboran equitativamente en un trabajo tienden a compartir los resultados y el premio, mientras que cuando lo hacen de forma individual, su motivación y forma de actuar se basan en la obtención del beneficio, por lo que una de sus conclusiones es que la “cooperación es una tendencia humana mediatizada por la forma de educar”.
Además durante los últimos decenios la sociedad está cambiando vertiginosamente. Ni tan siquiera sirven ya los esquemas teóricos, las formas de funcionamiento ni la educación que cimentaba la sociedad industrial, basados en la necesidad de mano de obra mecánica y de técnicos especializados para su desarrollo.
Las nuevas tecnologías están eliminando puestos de trabajo de forma vertiginosa, y lo van a hacer mucho más. Nos encaminamos hacia una sociedad donde las máquinas “inteligentes” al servicio de unos pocos, convivirán con grandes masas humanas esclavizadas, desubicadas y sin una ocupación determinada, lo cual comporta la anulación de la identidad, y por tanto del funcionamiento ecológico. En palabras del escritor Arthur C. Clarke, “lo que empezó siendo una novela de ciencia ficción, está siendo terminado como reportaje”.
RECUPERAR EL APOYO MUTUO
En el nuevo paradigma que la sociedad occidental necesita para superar la crisis global y planetaria, que Fritjof Capra denomina Ecologia Global, el comportamiento del ser humano deberá recuperar los cimientos de su naturaleza siendo pues, la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo sus principales referencias.
Por todo ello necesitamos, hoy más que nunca, romper esos moldes caducos que han demostrado conducirnos a la barbarie y al agostamiento del planeta, con el riesgo evidente de que nuestra especie se extinga en unas décadas, y poner asimismo en práctica dinámicas alternativas basada en modelos de cooperación. Para ello necesitamos:
— Adoptar, dentro de lo posible, una “racionalidad cooperativa” donde los intereses individuales no puedan separarse de los del resto de la sociedad, intentando dejar de lado nuestra forma economicista e individualista de pensar y de estar en la realidad, tal como aconseja el filósofo brasileño Mauricio Abdalla. Hay algunas experiencias ocasionales que pueden facilitarlo. Recuerdo una sesión con un grupo terapéutico, donde uno de los participantes manifestó de pronto que, después de tantas horas compartidas a lo largo de dos años, finalmente tenía conciencia de quién era, y que había perdido el sentimiento de soledad al darse cuenta de que el resto de personas del grupo, de alguna manera, estaban con él. Lo que hacía repercutía en los demás, lo que les pasaba a los demás repercutía en él mismo. Asocié enseguida su declaración entusiasmada con la frase con la que el gran filósofo de la complejidad, Edgar Morin, cerró en una ocasión una entrevista: “Yo soy quien soy, soy yo, soy tú, soy la humanidad entera”.
—Poner los medios necesarios para cambiar radicalmente el tipo de educación, encaminándola
—como preconiza Ken Robinson, uno de los adalides del “nuevo paradigma educativo”— hacia un modelo donde impere la colaboración y la cooperación. De lo contrario, nuestros hijos, por muchos deberes que hagan y muy brillantes que sean sus expedientes académicos no podrán desarrollar sus potencialidades ni elegir una actividad social satisfactoria para ellos mismos y para el colectivo, en la sociedad que les ha tocado vivir.
—Apoyar y hacer posible la sostenibilidad de todos aquellos colectivos laborales que están funcionado dentro de modelos basados en la autogestión y en la ecología, donde se sustituye la jerarquía autoritaria por la autoridad de la asamblea y el reconocimiento de las funciones
compartidas. Así como los espacios educativos que siguen esa línea. Recuerdo, en este sentido, como en una escuela libre con la que tengo una relación muy próxima, la asamblea de niños y profesores que denominan “círculo mágico” es el espacio donde se programan entre todos las tareas y se resuelven los conflictos internos
—Modificar la forma en que se acompaña a los niños y las niñas desde el principio de sus vidas, organizando sistemas familiares abiertos, expansivos, gozosos, que respondan a sus necesidades en estrecha colaboración con los espacios escolares.
—Coordinar ambos espacios, el familiar y el escolar con parámetros ecológicos parejos, donde se respeten sus ritmos y se confíe en su capacidad de autorregulación, permitiéndoles, para ello, participar desde el principio en las decisiones, tareas y actividades del espacio que compartan, reconociendo sus potencialidades, límites e idiosincrasias, para que a su vez puedan reconocer las de los otros. Así el sistema familiar facilitaría a los niños el desarrollo de lo instintivo, de lo innato, lo esencial, mientras que el sistema escolar les aportaría el sustrato cognitivo, el reconocimiento y la gestión de lo innato a partir de instrumentos concretos como la organización y el trabajo en grupos creativos y solidarios. Modelo que se haría extensible a los clubes deportivos, de ocio, y a cualquier otro colectivo.
Estas medidas, ayudarán a que las nuevas generaciones, adquirida su identidad humana y una ética solidaria, sean capaces de afrontar la crisis planetaria con nuevos recursos y nuevas aptitudes así como los retos de la nueva sociedad, para transformarla en una más humana, justa y solidaria.