“En cuanto a Treya y a mí, nuestra actividad preferida seguía siendo muy sencilla: abrazarnos en el sofá, sintiendo la danza de la energía de nuestros cuerpos. ¡Cuántas veces trascendimos nuestro ser y llegamos a ese lugar en el que la muerte es una extraña, en el que sólo brilla el amor, las almas se funden por toda la eternidad y un sólo abrazo ilumina las esferas, la forma más sencilla de descubrir a Dios definitivamente es a través de su encarnación en unos brazos amorosos!” (K. Wilber)
“Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío: claridad absoluta, transparencia redonda. Limpidez cuya entraña, como el fondo del río, con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda…
…Claridad sin posible declinar. Suma esencia del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre. Juventud. limpidez. Claridad. Transparencia acercando los astros más lejanos de lumbre.
… Yo no quiero más luz que tu sombra dorada donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada, para siempre es de noche: para siempre es de día.” (M. Hernández)
Me referiré en este escrito a la pareja como un sistema humano que se establece cuando dos personas se encuentran en la vida, y a partir de sentir una mutua atracción, se vinculan afectivamente a través de una relación amorosa y se plantean un proyecto de futuro común y una convivencia cotidiana compartida en un mismo espacio. Evidentemente esto implica una manera de “estar”, y ello una cierta institucionalización, la cual existe en el momento en el que hay un compromiso. No voy a incluir en este concepto los encuentros amorosos puntuales, ni otros tipos de relaciones afectivo sexuales.
Al hablar de la pareja, como fenómeno humano dentro de un sistema social concreto, hay que diferenciar entre lo que se espera y se desea en un principio y lo que puede ser y se produce a lo largo de la convivencia, lo cual está mediatizado por dos factores que ya conocemos, y que también se deben aplicar en este caso:
1.- Las condiciones biográfico-históricas de las personas que constituyen esa pareja concreta, y 2.-Las condiciones coyunturales, actuales, en las que se desarrolla dicho sistema.
Partiendo del principio funcional de que todo fenómeno se crea para cubrir unos objetivos, en el caso de la pareja humana el fundamental sería el de facilitar el desarrollo de una de las facetas humanas más básicas: la capacidad amorosa, con todo lo que ello implica y con todos los factores síquicos y emocionales que dinamiza. Y junto a él la posibilidad potencial, que no necesaria, de gestación y maduración de un nuevo ser humano. Y para ello surgirá la necesidad de establecer un espacio coyuntural, económico, afectivo y energético, que puede compartirse con otras personas (comuna, tribu…).
Pero en cuanto que la capacidad de amar es individual, sólo si el sistema facilita el desarrollo a sus dos componentes estará cumpliendo adecuadamente su objetivo. Por ello, es conveniente ser consciente de que esta particularidad es difícil que se alcance si la persona no ha madurado previamente de forma suficiente su identidad, la aceptación de sí mismo y la autoestima, la capacidad de gestión de la vida cotidiana, y una cierta autonomía personal. Si no es así, el encuentro puede buscarse inconscientemente para compensar carencias, siendo la base para el desarrollo de la pareja estática o patologizante, que realmente es la habitual.
Todos hemos sentido, en algún momento determinado, lo que puede dar de sí una relación, pues está muy vinculado a lo que sentimos que puede dar de sí nuestro proceso de crecimiento y desarrollo personal. Al mismo tiempo que nos damos cuenta de los límites que, permanente y constantemente, nos impiden llegar a poner en práctica ese proceso personal y de pareja. Estos límites, en ocasiones muy claros, son de índole económica, de incompatibilidad caracterial, consecuencia de los roles que se van creando a partir de que se tienen hijos (que marcarán diferencias en la previa relación hombre-mujer, convirtiéndola en una relación madre-padre), etc. Problemas todos ellos, que conocemos y sabemos traen dificultades.
Asimismo, junto a estos límites, existen otros que no conocemos y que tienen que ver con nuestra propia impronta personal.
Recordemos que la primera pareja que tendremos en nuestra vida como referencia, inconsciente y emocionalmente hablando, va a ser la formada por la madre-bebe durante el primer año de vida. Nuestro gran primer amor es nuestra madre u objeto sustituto primitivo (relación objetal primitiva), y en mayor o menor medida hemos formado, temporalmente, pareja con ella. Desde un análisis emocional y conductual, este vínculo se puede examinar bajo el prisma de la pareja. Existen pocas diferencias entre el amor y la forma relacional de esa primitiva pareja y la que tienen dos amantes (lógicamente, en un contexto y con un decorado distinto). Y al producirse durante un período de maduración psicoafectiva (ontogénesis) donde se estructura la identidad esencial y la capacidad de autonomía individual, tendrá una gran influencia inconsciente en nuestra forma de vivir las relaciones sexuales, amorosas y la experiencia de la pareja como adultos en función de cómo se haya vivido esa relación afectiva.
También recibimos una influencia importante del período edípico (4-6 años de edad), durante el cual al tener ya posibilidades de percibir deseos sexuales más complejos, genitalizados, de sentir nuestro cuerpo completo y el deseo de contacto con cuerpo del otro podemos observar dos procesos, en función siempre de cuáles han sido las vivencias del período primitivo antes descrito. O nos encontraremos con una idealización, una dependencia y una sensación de inaccesibilidad, entre otras cosas, hacia los objetos deseantes al estar vinculados a las figuras parentales viviéndose una fijación en un edipo cerrado 29 y como mayor consecuencia una insatisfacción sexual y afectiva permanente apoyada bioenergéticamente en la definida por W. Reich impotencia orgástica, con la consiguiente incapacidad de abandono amoroso de elección y de compromiso relacional. O bien, si durante este período se vive un “edipo funcional” abierto donde se facilita el acceso a otros iguales (niños-niñas) sin censura y sin juicios morales y donde la relación parental es una referencia para sus “primeras experiencias” afectivo-sexuales extrafamiliares, se establecerá la identidad sexual, y en nuestra vida como adultos existirá una suficiente capacidad de abandono amoroso y de satisfacción sexual acompañada de su sustrato bioenergético definido por Reich como “potencia orgástica”30 con la consiguiente capacidad de elección de objeto y de compromiso basada fundamentalmente en la satisfacción afectivo-sexual que viva con su pareja.
PAREJAS Y TIPOLOGIAS
Esta última posibilidad, la de la pareja amorosa con capacidad de potencia orgástica, a la que nos acercaremos posteriormente, la conocemos y la podemos describir por las referencias obtenidas a partir de personas que han finalizado sus procesos terapéuticos con la vegetoterapia caracteroanalítica (orgonterapia) y han creado relaciones de parejas, o en los trabajos de control y seguimiento que se están realizando con personas que han madurado en ecosistemas familiares y sociales más liberales y con una relación objetal amorosa y no patologizante.
Pero la impronta inconsciente se constata clínicamente, y es evidente que los conflictos que surgen en las relaciones de pareja, la mayoría de las ocasiones son reflejo de los vividos durante las relaciones objetales primitivas y edípicas, como ya han analizado otros psicoanalistas anteriormente y en mayor profundidad, entre ellos O. Kernberg31. Y por ello las parejas se estructuran condicionadas por estas experiencias históricas de sus miembros, junto a la influencia de las dinámicas coyunturales actuales. Por ello no debemos olvidar que, tal como observamos en la clínica y en la dinámica social, lo habitual será la pareja condicionada por los disturbios más o menos serios de sus miembros durante su biografía infantil en los períodos ya analizados.
Retomando esta perspectiva realista, pedagógicamente diferenciaría tres tipos muy marcados de parejas, en función de las características individuales de las personas que la conforman, y de los condicionantes descritos anteriormente: la "fusional"; la "fronteriza" y la "neurótica".
Teniendo siempre presente que es una forma de aproximarnos a la comprensión de este fenómeno humano y que, como en cualquier otro, no podremos generalizar. Hemos de aproximarnos a esta tipología, ejerciendo una epistemología de la pareja y teniendo por tanto muy presente la forma de percibir la relación afectiva, las necesidades cotidianas, los anhelos, y las expectativas. En definitiva, lo que cada uno busca y pide al otro. Estoy hablando, por tanto, de tres modelos de pareja que se institucionalizan, y permanecen juntos durante cierto tiempo (tal vez un año, tal vez toda una vida). Por ejemplo, cuando se encuentra una persona más simbiótica con una más neurotizada, estarán juntos unos meses, pero bajo intereses dinámicos, y motivaciones inconscientes que llevarán con bastantes probabilidades en poco tiempo a la ruptura de la institución. Por tanto, la mayoría de las veces lo que les mantiene es la complementariedad caracterial, y por tanto las necesidades en gran medida emocionales inconscientes e históricas.
Así pues, buscando satisfacer esos anhelos y carencias inconscientes manipulamos nuestros afectos y nuestra comunicación y desarrollamos dinámicas patologizantes en nuestras parejas. Y sin saber realmente ni cómo ni porqué, buscando respuestas y justificaciones un poc a ciegas, vamos asumiendo nuestro desamor o nos amoldamos resignadamente a una relación perdiendo el contacto con nuestras necesidades y con nuestros anhelos, manteniendo una institución perversa.
Generalmente, de una mayor dependencia del objeto amoroso (el actual compañero) podemos deducir que se dio una mayor carencia amorosa respecto del objeto primitivo. Por lo tanto, la carencia de afecto crea una necesidad compensatoria, que nos lleva a establecer relaciones de pareja simbióticas, en un intento de equilibrar dicha carencia. Estas son las parejas fusionales, que creando unos lazos primitivos, podríamos decir prenatales, buscan, por ejemplo, en las relaciones sexuales afecto más que sexo, siendo el eje fundamental de su relación sentirse juntos, la sensación de convivir llenando un espacio y cubriendo huecos muy importantes. Se trataría de personas que son de manera recíproca sustitutos de dicha carencia primitiva.
Existe también, otro tipo de parejas compensadoras con ciclos maníaco-depresivos muy marcados, compuestas por personas que están constantemente refugiándose en la hiperactividad (laboral, sexual...) para no parar, para no encontrarse con ellos mismos, con su núcleo depresivo o su vacío, y por tanto con el vacío que sienten en la relación de pareja. Son las parejas fronterizas, las cuales están permanentemente en una huida hacia delante impidiéndose la posibilidad del encuentro.
El otro tipo básico es la pareja neurótica, compuesta por personas que no están tan vinculadas a la dependencia primitiva, reflejando una dependencia más edípica. Esto significa que en su dinámica infantil el problema fundamental se ha producido durante ese momento histórico, cuando la relación es triangular desarrollándose con "el tercero" una fuerte competitividad. O bien con el padre para conseguir a la madre o viceversa, produciéndose una auténtica problemática con la autoridad condicionada por el miedo a la castración. Cuando individuos con estas características se unen, surge la pareja sadomasoquista,
existiendo una doble vida, en cuanto que si bien aparentemente siguen un esquema de relación y un status comportamental de actuación, en realidad cada una de las personas actúa individualmente y de manera clandestina, al margen de la relación con el otro. Esto no se va a dar en una pareja fusional, la cual existirá como un todo. Sin embargo, con la pareja fronteriza estaremos en constante calvario de altibajos maníaco-depresivos, intentando a toda costa huir del encuentro y la comunicación.
Siendo la pareja neurótica, la más conocida, es la pareja tipo que se mantiene porque tiene intereses de todo tipo para ello (económicos, de status, de comodidad emocional..). Existiendo una clara similitud con los valores sociales de consumismo, comodidad, adaptación, evitación de conflicto, etc. A partir de ese referente la pareja se camufla con el medio social y lleva la misma dinámica de cinismo, apariencia y acuerdos tácitos que crean una forma muy particular de relación.
En síntesis afirmaría que nuestra propia Estructura personal, ya sea Psicótica, Fronteriza o Neurótica, está condicionando claramente nuestras inclinaciones, nuestras elecciones y nuestra forma de vivir la relación de pareja. No somos, por tanto tan libres como pensamos aunque nos duela reconocerlo. Pero si no partimos de esta perspectiva analítica no podremos acercarnos mínimamente a comprender nuestros conflictos dentro de la pareja una vez descartados los factores actuales coyunturales, económicos, familiares, médicos, etc., como posible causa de estos. Y, por tanto conociendo el origen de nuestros conflictos actuales siempre podremos gestionarlos mejor o buscar medios para modificarlo, y por tanto tendremos una mayor libertad de movimiento.
ORGASMO, AMOR Y MUERTE
Y al mismo tiempo que nos hacemos sabedores de nuestra realidad relacional no debemos negar esa parte que late en nuestro interior, reflejo del impulso primario, de la pulsación vital, del latido de nuestra condición de ser vivo que busca la expansión, y por tanto el amor. Se refleja en la poesía, en la literatura de todos los tiempos, en algunos momentos durante la relación con nuestra pareja. Momentos donde el tiempo vivido supera y anula al tiempo medido. Y aunque, por nuestros límites caracteriales y los condicionantes sociales no permanece, intuimos que se podría dar si nuestros ecosistemas familiares y sociales cambiaran, incluso sabemos que se da en algunas parejas durante algún tiempo... Tiempo inolvidable y tal vez irrepetible.
Me refiero a la experiencia de la pareja amorosa, donde ese sistema, esa institución es fuente de placer, de satisfacción y de crecimiento personal para cada uno de sus miembros al establecer dinámicas de comunicación y encuentro permanente porque a pesar de los conflictos que ello implica, la base de la relación es la elección amorosa, siendo por tanto un proceso trascendental, transmutador, y por tanto, alquímico.
W. Reich hace referencia en algunos de sus escritos ya citados a que "la experiencia espiritual se adquiere, entre otras formas, a través de la capacidad de abandono orgástico en el otro-a". Hay dos factores que apoyan esta idea. Por un lado la necesidad que todo sistema tiene de intercambio para no convertirse en un sistema cerrado estancado. Por ello la relación con la pareja permitiría regular el funcionamiento de cada sistema individual, si existe aceptación, comunicación, empatía y sentimiento amoroso. Esa dinámica se refleja en el "abrazo genital", momento de placer mutuo, de abandono en el otro, de fusión, de pérdida momentánea del "yo", de la identidad cortical. Momento donde hay dos en uno, y que permite un aumento del potencial energético del biosistema de cada uno de los miembros de la pareja culminando en un proceso de descarga y de expansión que facilita la autorregulación energética. En síntesis hablaríamos de la experiencia orgástica. Esa autorregulación ayuda a mantener el contacto con nuestra esencia, con nuestras necesidades, y con el Todo, a reducir nuestra tendencia al embrutecimiento de los sentidos y de nuestra emocionalidad por el distress y las exigencias sociales y laborales cotidianas y a reforzar el sentimiento amoroso hacia alguien que nos ayuda a vivir. Nos facilita por tanto una "percepción ecológica"32, y por tanto espiritual y global de la existencia. Y, por otra parte, esa experiencia orgástica, momentánea, que se puede dar en alguna ocasión donde existan esas condiciones, es similar a otro tipo de experiencias espirituales o místicas adquiridas a través del contacto con la natura, de entrenamiento místico o con la ingestión de algunas sustancias psicodélicas. Y, en el fondo, nos calma la necesidad de fusión con nuestra madre cosmos, de ampliación de nuestra percepción y de nuestro campo energético, colocándonos en un plano existencial cualitativamente distinto al que nos obliga las exigencias y la superficialidad de la vida cotidiana en un medio social habitual. Por eso Reich escribía: "Hay un acercamiento posible para conocer a Dios, y por consiguiente, a la vida viviente: el abrazo genital; un acercamiento proscrito y prohibido. ¡Jamás lo toques!. Cada niño ha experimentado esta angustia. No lo toques... A saber, lo genital" 33
Es esa violencia que han ejercido sobre nuestro cuerpo, que ejercemos hacia el cuerpo de nuestras criaturas evitando el contacto con su cuerpo, la exploración y el desarrollo de sus sentidos, la que va mermando nuestra funcionalidad como especie, la que rompe nuestra identidad como parte de la naturaleza. Con esos comportamientos antiecológicos sentamos las bases de nuestra destructividad hacia todo lo vivo, siendo entonces el discurso ecológico algo extraño, y a todo caso intelectual, no emocional. Porque ¿cómo vamos a sentir el cuidado de la natura si nuestro cuerpo ha sentido la destructividad en su piel por nuestra propia especie, a través de la represión de la sexualidad y de las expresiones de afecto ?
Por esto es importante distinguir genital de fálico. Reich ve la primacía del falo como una consecuencia de la realidad social y cultural que facilita la fijación edípica, la etapa de latencia, la reactivación puberal edípica y la elección de objeto, en base a la necesidad de satisfacer pulsiones parciales o de compensar carencias, dando lugar a un tipo de relaciones neuróticas o simbióticas, según el caso. Pero en general, tanto, en la heterosexualidad normalizada (neurotizada), como en la homosexualidad existirá un claro disturbio económico libidinal y una capacidad de amar limitada.
Si bien Reich afirma la posibilidad de que puedan darse unas relaciones amorosas y genitales, es un hecho que la genitalidad es más una utopía que una realidad social y, en este sentido, no existe el placer genital, sino los placeres secundarios. No se conoce generalmente el orgasmo, sino el acmé. No existe la genitalidad, sí la sexualidad masoquista, fálica, porque es la relación familiar, reproductora del sistema, la que condiciona la existencia de este estado de cosas. Y puede y debe cambiarse sustituyendo el autoritarismo por la autoridad, la ley social por la norma racional. Es ahí donde vemos la validez del trabajo clínico y profiláctico conjunto. Ese es el reto de Wilhelm Reich. Cuando el discurso intelectual deja de ser funcional y pasa a ser una masturbación mental compensatoria, Reich abandona el discurso psicoanalítico y se dedica a construir e investigar medios para transformar las cosas" 34
Por ello no es habitual que se produzca la experiencia orgástica, porque está ya mermada, como lo está, en general la capacidad de trascendencia. Pero su función sería la descrita. Teniendo asimismo en cuenta que cuando hablamos de orgasmo, no nos referimos al acmé o acmés o momentos de descarga y de placer intenso que se puede vivir en la relación sexual. Me refiero a "Esta experiencia cálida y continua de amor, contacto, entrega natural y deleite corporal es el cautiverio deseado que acompaña a toda pareja que crece de modo natural. El abrazo genital aparece como la consumación de este placer constante"."El orgasmo es una convulsión unitaria de una unidad única de energía, que mucho antes de la fusión ha sido dos unidades, y que después de ella volverá a dividirse en dos existencias individuales. [...] significa una verdadera pérdida de la individualidad [...] se produce en dos organismos vivos y no es algo que deba obtenerse. No se puede tener un orgasmo con cualquiera, ni arañando o mordiendo. [...] El contacto orgástico le ocurre al organismo. [...] Se produce sólo en presencia de otros organismos determinados y está ausente en casi todos los demás casos" 35
Y junto a las dificultades caracteriales, reflejo de esa represión sexo-afectiva, vemos como se suman las condiciones sociales que dificultan el ritmo necesario para poder cultivar una relación, una comunicación cómoda y serena. Estas dificultades generalmente genera un ambiente de conflicto, de agresividad, de crispación, porque es el lugar de las descargas individuales de toda la frustración social acumulada. Es el espacio introyectado como "bueno", con lo cual de nuevo caemos en la trampa, pues dilapidamos uno de los pocos espacios que pueden ayudarnos a crecer. Y por otra parte nuestros miedos apoyan esa trampa y le dan una justificación intelectual: "¿Por qué me voy a abandonar a nadie si antes o después esa persona me va a fallar, traicionándome o dejándome? ¿por qué voy a fiarme del otro-a? " La capacidad de amar solamente se desarrolla poniéndonos en un estado de disolución, de no tener nada que perder. La impronta neurótica hace su aparición y las dos personas, en ese teatro de la comunicación, se encuentran haciéndose la misma pregunta, ninguno se fía del otro. Creándose así, todo un halo comportamental en base a esa duda interna. Reforzando esa trampa. Y quizás debemos recordar que solamente cuando nos abandonamos a algo que elegimos conscientemente y nos arriesgamos, por lo pronto, vamos a conocer el placer de la experiencia y si después perdemos lo que nadie nos puede quitar es haber sentido la experiencia del riesgo, la cual supone en gran medida, la experiencia del vivir.
Por ello la experiencia de la pareja implica compartir el modus vivendi diario, enfrentándose con las dificultades del medio, lo que significa, atrevernos a comunicar y dejar que el otro-a entre en nuestra piel, sin defensas, compartiendo y confiando, abandonándonos. Actitud que es difícil de conseguir pues nos protegemos de nosotros mismos demasiado, por lo tanto no es difícil imaginarse lo que nos protegemos del otro.
Esta actitud también implica atrevernos a investigar sobre la parte oculta que existe en cada uno de nosotros (lo masculino - femenino) para fusionar los dos aspectos creando la imagen de la pareja alquímica complementaria, que se observa en algunos dibujos de la época donde dos personas subidas a un caballo van avanzando por un camino rodeándolas el símbolo de la búsqueda del Conocimiento, el cual se adquiriría sólo a través de la recuperación de la polaridad. Para ello, siguiendo este lenguaje, hay que dejar que entre el otro y poder entrar en el otro.
A esto mismo se refiere Reich con el término ya citado de "abrazo genital", y que años antes un colega suyo, G. Groddeck había descrito con una gran prosa poética utilizando la forma literaria de finales del siglo XIX: "Amor y muerte tienen puntos comunes. Esa sensación del morir también acontece cuando el hombre se derrite de placer, cuando el gozo le hace perder los sentidos y la conciencia, cuando se pierde en el otro. Los griegos ponían al Eros los mismos caracteres que a la muerte... Otra cosa es si todos los hombres llegan verdaderamente a ese morir, donde el hombre se pierde en la mujer y la mujer en el hombre. Yo no lo sé. De todas formas en los medios culturales en que nos movemos los considero casi imposible de alcanzar"36.
Siendo esta línea de investigación y de crecimiento lo que permitiría la existencia de la pareja funcional amorosa, que desarrolla el objetivo innato para lo que ha sido creada: facilitar el propio camino de crecimiento personal a través de la interacción relacional cotidiana, basada en el amor. Y aprovecho para hacer la diferencia entre amor y enamoramiento, el cual está unido a la pasión, pudiéndose comparar con la belleza y fugacidad, de unos fuegos artificiales. El amor, es similar a compromiso, permanencia y elección durante un tiempo determinado para poder desarrollar unos objetivos que se cumplen porque hay una capacidad de entrega, que día a día se va alimentando; es un término absoluto al igual que la salud o la alegría y como tal no tiene medida, a diferencia del enamoramiento que si la tiene. Si bien este es el motor y la lógica pulsional y emocional que sustenta el inicio del proceso amoroso.
Aprovecho el tema para introducir las palabras del ya fallecido y admirado poeta, ensayista e intelectual comprometido Octavio Paz, donde en su obra "La llama doble", escribe : "El amor está compuesto de contrarios pero que no pueden separarse y que viven sin cesar en lucha y reunión con ellos mismos y con los otros. Estos contrarios, como si fuesen los planetas del extraño sistema solar de las pasiones, giran en torno a un sol único. Este sol también es doble: la pareja. Continua transmutación de cada elemento: la libertad escoge la servidumbre, la fatalidad se transforma en elección voluntaria, el alma es cuerpo y el cuerpo es alma. Amamos a un ser mortal como si fuese inmortal. Lope lo dijo mejor: a lo que es temporal llamar eterno. Si, somos mortales, somos hijos del tiempo y nadie se salva de la muerte. No solo sabemos que vamos a morir sino que la persona que amamos también morirá. Somos lo juguetes del tiempo y de sus accidentes: la enfermedad y la vejez que desfiguran el cuerpo y extravían el alma. [....]. El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un instante. No nos libra de la muerte pero nos hace verla a la cara. Ese instante es el reverso y el complemento de "sentimiento oceánico". No es el regreso a las aguas de origen sino la conquista de un estado que nos reconcilia con el exilio del paraíso. Somos el teatro del abrazo de los opuestos y de su disolución, resueltos en una sola nota que no es de afirmación ni de negación sino de aceptación. ¿Qué ve la pareja en el espacio de un parpadeo? La identidad de la aparición y de la desaparición, la verdad del cuerpo y del no cuerpo, la visión de la presencia que se disuelve en un esplendor: vivacidad pura, latido del tiempo."
Tanto la frase de O. Paz como la anterior de G. Groddeck, reflejan la asociación del amor con la muerte. Muerte asociada a la momentánea pérdida del yo en esos momentos de disolución en el otro. Amor como aquello que frena la tendencia a la muerte en vida, al estancamiento, a la superficialidad, a la angustia.
CRISIS Y TEMPORALIDAD
Pero también podemos ver la idea de la muerte vinculada a la pareja en otro aspecto: la temporalidad, el final y la pérdida. Hemos de partir de la base de que independientemente de la tipología de pareja, siempre será una relación temporal. Se puede seguir compartiendo el espacio, pero la relación termina. También puede terminar bruscamente con la muerte de uno de sus miembros. Pero, como cualquier fenómeno humano, tiene un principio y un final, y no asumir esta realidad nos lleva a otra trampa. El miedo a perder lo conocido, aunque sea insostenible, dañino incluso violento, nos lleva a desarrollar mecanismos perversos, en ocasiones sadomasoquistas, dentro de la relación de pareja, que anula los procesos individuales de crecimiento. De forma egoísta estamos instrumentalizando al otro, por nuestra propia debilidad, por el miedo al vacío y a la soledad. Realmente este miedo a la soledad es una ilusión, porque en esos momentos, aun conviviendo con alguien se puede estar sólo, con la sensación de putrefacción en un diálogo muerto, cínico, inexistente en ocasiones, dentro de una rutina ritualista que crea un sentimiento de vacío y de angustia existencial. Pero preferimos agonizar, ir muriendo poco a poco, que arriesgarnos a matar algo, porque esto significaría el tener que tomar una postura activa y por tanto, de transformación.
Generalmente observamos que las separaciones son dramáticas. ¿Pero realmente es necesario que llegue ese momento, en el que la ruptura de una relación de pareja se produce cuando ya no es posible más que el odio, la destructividad y el asesinato, simbólicamente hablando?, ¿cómo se explica que dos personas que han estado viviendo juntas una relación amorosa acaben destrozándose? Antes de que esto suceda, para prevenirlo o tal vez en el momento en el que sucede, surge la necesidad de que haya un tercero, siendo esta la lógica que tiene la psicoterapia.
Hemos de anular el miedo al estatismo y a la pasividad y cuestionarnos cuál es en realidad nuestra forma de relación de pareja y de familia, asumiendo entre todos, los componentes que pueden seguir creando un mínimo de vida en esa institución. Reconozcamos, en este sentido, la aportación que Reich hizo con el análisis de lo que supone la institución familiar para el desarrollo y mantenimiento de esta ideología y dinámica social.
La crisis puede llevar a un reencuentro que será distinto, ya que se formará una pareja bajo moldes nuevos creando una institución diferente; o puede suceder, que se llegue a la conclusión de que realmente lo más funcional es comenzar a tener vidas distintas, dándonos la posibilidad de encontrar a otras personas y desarrollar nuestro proyecto personal. Evitaremos el permanecer en una situación cotidiana de constante angustia y dinámicas psicopatológicas. Pero antes será necesario reconocer que estamos en la oscuridad de un pozo e intentar salir a la luz, porque la crisis, como digo, puede ser una experiencia necesaria y renovadora. De esta manera sublime lo describía Pablo Neruda:
El pozo
A veces te hundes, caes en tu agujero de silencio,
en tu abismo de cólera orgullosa, y apenas puedes
volver, aún con jirones de lo que hallaste
en la profundidad de tu existencia.
amor mío, qué encuentras en tu pozo cerrado?
Algas, ciénagas, rocas? Qué ves con ojos ciegos, rencorosa y herida?
Mi vida, no hallarás en el pozo en que caes
lo que yo guardo para ti en la altura: un ramo de jazmines con rocío,
un beso más profundo que tu abismo.
No me temas, no caigas en tu rencor de nuevo.
Sacude la palabra mía que vino a herirte y déjala que vuele por la ventana abierta.
Ella volverá a herirme sin que tú la dirijas
puesto que fue cargada con un instante duro y ese instante será desarmado en mi pecho.
Sonríeme radiosa si mi boca te hiere.
No soy un pastor dulce
como en los cuentos de hadas,
sino un buen leñador que quiere compartir contigo tierra, viento y espinas de los montes.
Amame tú, sonríeme, ayúdame a ser bueno.
No te hieras en mí, que será inútil, no me hieras a mí porque te hieres."
Y si la crisis nos conduce a la separación, vivamos este como otro momento necesario y funcional. Ese final, puede ser agonizante o transformador. Evidentemente habrá dolor, duelo y la consiguiente adaptación al cambio, pero la decisión, sea cual fuere, siempre será mejor planteada desde un prisma transmutador que si lo hacemos cayendo en el caos y la pasividad, dejando que el tiempo pase porque no somos capaces de asumir nuestra responsabilidad y nuestro miedo. Porque nadie es dueño de jugar con el tiempo del otro. Cuantas veces en la consulta he oído la frase: "me has engañado durante 15 años, haciéndome pensar que me amabas y me has hecho perder los mejores años de mi vida". Por miedo, por inseguridad, nos aferramos a lo conocido, instrumentalizando al otro-a, creando así, instituciones perversas, reproductoras de la ideología dominante, incapaces de romper el estado actual de cosas. Una alternativa terapéutica dentro del modelo post-reichiano sería el abordaje clínico de la pareja y de la familia dentro con la psicoterapia breve caracteroanalítica (P.B.C.)37. Siendo su objetivo básico, la asunción de la crisis, a través de lo cual nos daremos la posibilidad de encontrar el aspecto creativo trabajando y asumiendo la destructividad.
El psicoterapeuta buscará la recuperación de la capacidad de comunicación, enfrentando a las dos personas bajo una perspectiva de respeto, escucha y tolerancia en la que aparecerá la razón; a partir de lo cual se producirá el desenmascaramiento y descubrimiento del otro-a., la tolerancia y la asunción mutua de los cambios necesarios para el desarrollo positivo de cada uno de los miembros de la pareja, sin olvidar la situación familiar en su conjunto. Es por ello que el tratamiento siempre será único para cada pareja, pero las bases clínicas deben ser comunes: conocimiento previo de la estructura caracterial de cada miembro de la pareja, del tipo estructural de pareja que han desarrollado (a través del Diagnóstico Estructural, D.I.D.E.), y de sus condiciones coyunturales actuales. Y a partir de ahí una estrategia clínica, utilizando el análisis del carácter, la intención paradójica, la empatía, el empleo de un código de lenguaje común con la consiguiente hermenéutica que sobre el de cada miembro de la pareja debe realizar el terapeuta, y otras herramientas afines tanto del modelo post-reichiano como de la logoterapia, la gestalterapia analítica y de la terapia sistémica.
CONSECUENCIAS FAMILIARES ANTE LA RUPTURA DE LA PAREJA
El final de la pareja significará, como hemos visto, en muchos casos, también el final de la convivencia con la familia histórica. Creo importante reflexionar sobre algunas particularidades que se producen en estos casos donde la pareja se ha ido convirtiendo en familia y donde, la separación tendrá siempre muchos más condicionantes. La decisión de con quién va a convivir el o los hijos-as se suma a los factores económicos y afectivos, existiendo también mayor margen de maniobra para la instrumentalización, el chantaje, y la destructividad, con el agravante de que en estos casos son los hijos los que viven de manera dramática las consecuencias de esta falta de asunción del final. Un final que se debe producir cuando se ha permanecido el tiempo necesario para afrontar la crisis en común, cuando se han buscado y se han puesto todos los medios conocidos (incluso la susodicha ayuda de un profesional) para superar los conflictos cotidianos que se dan en toda pareja (distancias, silencios, falta de deseos, incompatibilidad caracterial, diferencias en la forma de concebir la vida cotidiana, infidelidad...), y se llega a la conclusión de que la salida a esa crisis, lo más funcional para el desarrollo de ambas personas, - con el dolor que ello pueda producir-, es la separación. Incluso para los hijos es mejor la separación que vivir en un ambiente de insatisfacción permanente, de abulia, de negación, de violencia permanente sorda o manifiesta. Lo que hay que analizar, generalmente con la ayuda de un profesional, será la forma de hacerlo y el momento más adecuado en función de la edad y de otras circunstancias específicas.
Es este un tema complejo y que exige un análisis en profundidad de todas las variables que condicionan la realidad de cada familia, valorando tanto la situación actual como las perspectivas de futuro de cada uno de sus miembros tomando como objetivo la integración del cambio y del nuevo estado y, por tanto la dinámica que menos altere el equilibrio personal. Soy de la opinión de que todo cambio que tenga una lógica funcional puede ser muy favorable si se elabora y se integra adecuadamente. Por ello este paso debe reflexionarse, hablarse y establecer un comportamiento lo más razonable posible, valorando la realidad del otro y de los hijos, y no sólo la propia, muy influida en ese momento por las emociones y estados de ánimo que acompañan dicha decisión ( depresión y abatimiento, odio, hiperexcitación y deseo de huída, victimicidad y lamento, culpabilidad...) y que pueden velar el mínimo contacto con la realidad. De ahí la importancia de buscar ayuda en un especialista en sistemas humanos que facilite un espacio donde recuperar ese contacto y poder valorar las cosas en su conjunto, más allá de lo establecido por la ley, la cual, en muchas ocasiones se puede instrumentalizar. Asimismo el profesional debe valorar esa realidad globalmente y para ello deberá realizar sesiones de pareja y de familia ( con los hijos que tengan más de 6 años ) y poner los medios para que sea el propio sistema familiar quien asuma las decisiones pertinentes de forma consciente, responsable y asumidas por todos sus miembros. Si la situación desborda el equilibrio de alguno de ellos o se prevee que eso pueda ocurrir se aconsejará una psicoterapia breve o de apoyo con otro colega especializado para no crear interferencias relacionales en el espacio de la terapia familiar.
Dentro de las generalidades evidentemente no aplicables a todos los casos como ya he dicho, pero sí pudiendo tomarlo como referencia creo muy importante que, a partir de una edad ( 4-6 años según los casos ) los hijos participen en el proceso de cambio para poder integrarlo con su ritmo y con su forma. No hay que olvidar que se desarrolla un proceso de duelo, en cuanto pérdida de una realidad relacional, con lo cual nada, en principio, volverá a ser como antes. Podrá ser incluso mas satisfactoria esa realidad posterior, pero desconocida. Y cuanto más agradable haya sido más duelo existirá. Porque los adultos, en esos momentos, como mecanismo de defensa, en particular quien propone la ruptura- tienden a ver sólo lo negativo de la relación, mientras que los niños, ante esa pérdida suelen recordar y ver lo positivo, sobre todo los más pequeños. Esto es debido a que, en principio, los motivos que provocan la separación no los vive directamente el hijo, aunque pueda sentirse protagonista y culpable de lo que acontece entre los padres, lo cual es un tema a trabajar en el espacio terapéutico. Y por ello no pueden asimilar con el ritmo exigido el cambio, pues no ven la lógica racional que lo sustenta. De ahí la importancia de participar en el proceso de cambio, incluso opinando sobre su futuro, ayudándoles a buscar la racionalidad de la situación, y evitando el contagio con los afectos contaminados que pueden instrumentalizar su frágil capacidad de decisión. La cual tiene realizarse en función de sus intereses de desarrollo vital y cotidiano, intentando la menor repercusión con la decisión de los padres. Por ello es importante valorar el espacio con el que se identifica, el lugar donde está ubicado su escuela o su instituto. La facilidad de acceso de sus amigos, de sus compromisos. Y eso supone conocer también la nueva realidad cotidiana de sus padres, por ejemplo su disponibilidad de cuidado y de atención cotidiana, la convivencia con otras personas, la elección de los otros hermanos...
En este sentido hay bastante coincidencia entre los especialistas, de que la convivencia con una tercera persona, es decir con la nueva pareja se debe postergar un tiempo, y debe de introducirse en la realidad de los hijos poco a poco, respetando el ritmo de integración y de asunción de los cambios, en función de la edad y de las personalidad de cada niño
También considero fundamental que los padres sigan viéndose con los hijos, en alguna actividad común ( salida al cine, al parque, una comida...), lo cual también estará muy relacionado con la edad de los hijos y el resto de variables antes expuestas, y siempre en función de las necesidades y posibilidades de todos.
Pero debería ser un comportamiento a integrar cotidianamente y a ser aceptado desde el principio con naturalidad por las nuevas parejas de los padres, porque lo siguen siendo. Y si bien se rompe la pareja y como consecuencia la convivencia familiar, no tiene porque romperse la relación familiar. Y si las nuevas parejas de los padres tienen hijos y se empieza la convivencia con ellos, se debe de integrar como una nueva familia, dentro de la idea más cercana de relación tribal, basada en las funciones del parentesco. El objetivo sería la convivencia racional y amable entre todas las personas que van formando parte del circuito afectivo y relacional de los padres y de los hijos, de la misma manera que debería ocurrir con los amigos y amigas tanto de los padres como de los hijos. No tiene lógica funcional separar al amigo o al novio de nuestra hija de nuestra relación familiar ( aunque sea nocturnamente) porque no están casados. Tan sólo respalda esta decisión una lógica ideológica o religiosa que parcializa una vez más la realidad y por tanto perjudica la comunicación.
Esta diferencia entre ruptura de la pareja y de la relación familiar se contrapone a las tendencias conductuales de algunas sociedades occidentales, en particular de Estados Unidos, y como reflejo en algunas latinas. Donde es muy evidente tanto por el modus vivendi como por los mensajes que se dan a través de las películas de masas, que separación de la pareja supone ruptura de la relación familiar, siendo el nuevo padre o la nueva madre aquella persona que convive en nuestro nuevo espacio familiar. De pronto el hijo-a pasa a tener dos padres o dos madres. Una que ya no está y que ve una vez al mes o en vacaciones, y la otra, la actual compañera ( esposa ) de mi padre que convive con el hijo-a. Esto tiene sentido en una sociedad donde no existe una identidad histórica con todas las consecuencias que ello tiene. Pero no debe tener cabida en sociedades con identidad propia y que, por tanto, deben facilitar la identidad personal y por tanto apoyar la realidad histórica, sin ambivalencias. Consecuentemente, y a pesar de los conflictos que esta realidad puede suponer para las nuevas convivencias, es una postura madura y funcional facilitar la relación con cada uno de los padres ( siempre que éstos quieran y sea del agrado de los hijos (sin manipulaciones de los adultos ), al mismo tiempo que se buscan pequeños espacios referenciales, sobre todo durante los primeros años de la separación, de convivencia con la familia histórica, incluyendo, porque no a los parientes más próximos y mas vinculantes afectivamente.
ACOMPAÑADOS EN NUESTRO CAMINO.
Como clínico soy consciente de que todas estas premisas son difíciles de realizar, en muchos casos imposibles, porque nuestros condicionantes, históricos inconscientes, nuestro carácter, velará nuestra percepción y contaminará nuestra razón y nuestros afectos, surgiendo los celos, la rivalidad, la destructividad fruto todo ello de una experiencia de cambio no asumida ni suficientemente elaborada. Por ello debemos hacer un esfuerzo racional para solos, o con ayuda, intentar vivir este proceso conscientemente, como una experiencia necesaria y facilitadora para el proceso vital de cada uno de los miembros de la pareja-familia. No como un fracaso, o como una pérdida irreparable. No es una muerte real. Nuestra vida sigue, y nunca podremos saber lo que va a ocurrir. Pero si movemos ficha es buscando continuar la partida, con el placer del movimiento vital consciente. Y para ello debemos reconocer la honestidad y la valentía que se necesita para dar un paso así, siempre, repito que sea algo elaborado con un ritmo, con un tiempo de permanencia en la crisis. como decisión conjunta, que supone afrontar las consecuencias también conjuntamente.
Por ello siempre planteo que, la decisión de la separación funcional, consciente y coherente en una pareja, cuando se siente que la relación no es beneficiosa para una de las dos personas, puede considerarse como el último acto de amor en esa relación. Existen infinidad de mecanismos para perpetuar algo que se está quedando obsoleto, por la propia dinámica institucional, y porque, sencillamente, todo lo humano es temporal. Al ser humano le cuesta enormemente asumir su temporalidad, lo que nos lleva a la paradoja de que al igual que sabemos que la vida se termina, si somos conscientes del momento que estamos compartiendo, será más intenso que si sentimos que somos eternos. Esto mismo puede extrapolarse a la pareja. Si estamos sintiendo que la relación puede terminar, la intensidad con la que voy a vivir el día a día con mi compañero-a será mucho mayor, y por lo tanto, se convertirá en una experiencia vital totalmente contraria a si me dejo influir por la necesidad de permanencia apoyada en la irreal idea de lo eterno. Y cuando llegue el momento de la muerte de la pareja, estaremos preparados para morir juntos y abrirnos a una nueva transmutación individual.
Recuerdo el caso de una mujer de 27 años, ejemplo de tantos otros casos atendidos en estos años de oficio, que llegó a la consulta de un colega con crisis de angustia, taquicardia, disnea, insomnio y con una falta total de deseo sexual. Era atractiva y se le notaba muy vital, pero estaba entrando en un estado de ánimo depresivo y confusional porque no entendía el porqué de sus síntomas. Indagando en su historia y descartando variables al profundizar en su vida sexual y su relación de pareja detectó aparentemente el problema: no quería aceptar el desamor hacia su compañero por miedo a hacerle daño. Llevaban tres años de convivencia pero su relación se extendía a ocho años. Había sido su primera y única experiencia sexual y durante los primeros años fue muy agradable y estimulante, pero a partir del primer año de convivencia todo cambió y empezó a sentir rechazo hacia él y hacia su forma de comportarse, que era distinta. Se había convertido en una persona tosca, huraña, autoritaria, irritable. Había dejado de ser afectivo y creativo, y ella no lo soportaba. Pero no quería hacerle daño, y soportaba todo eso, porque cuando le comentaba su sentir él reaccionaba con una honda tristeza y con promesas de cambio y afirmaciones que reflejaban su supuesto amor hacia ella. La hipótesis que barajamos mi colega y yo fue que al no poder aceptar conscientemente las consecuencias de su desamor, su carácter se desestabilizó y su cuerpo empezó a somatizar, a adelgazar, y a vivir una clara disfunción síquica y neurovegetativa. En todo abordaje psicoterapéutico hay que saber ver tanto los condicionantes históricos que influyen inconscientemente en la percepción y vivencia de los hechos, como el peso de los factores actuales.
Siendo como era este un caso de atención en crisis, lo principal era afrontar este factor actual para, a partir de ahí, profundizar en los mecanismos subjetivos si se viera necesario y la paciente lo asumiera. Por ello se tomó como foco la crisis de pareja, y finalizadas las sesiones de diagnóstico mi colega le planteó la necesidad de comenzar una terapia de pareja, con un especialista. Su compañero estuvo de acuerdo y me solicitaron tratamiento.
Durante varias sesiones estuvimos analizando su vida de pareja, planteando dinámicas que pudieran desarrollar sus potencialidades, esclareciendo, al mismo tiempo, los límites y la realidad sistémica de la pareja. El compañero tenía treinta años y estaba viviendo una etapa de fuerte desarrollo laboral y económico, y no entendía el "desamor " de su compañera "ahora que estaba todo tan bien", pero durante las sesiones fue confirmando el cambio sufrido en la relación a la que ella se refería pero teniendo muy claro que "la seguía queriendo igual". Progresivamente, ante los resultados de las propuestas clínicas, fueron asumiendo los dos su realidad empobrecida e insatisfactoria, recordando ya los intentos de cambio frustrados que habían acontecido en estos últimos meses. Asimismo el compañero asumió haber tenido una experiencia sexual con una compañera del trabajo reconociendo su contradicción y su miedo a perder la estabilidad cotidiana. Diseccionada la realidad de pareja solo quedaba darles un tiempo de reflexión y de decisión. En la sexta y última sesión decidieron separarse. Al cabo de un mes me llamó la paciente para decirme que se sentía feliz, habían desaparecido los síntomas y se encontraba de nuevo vital y alegre, habiéndole pedido una cita a mi colega, el cual confirmó esos cambios. Su ex-compañero también me llamó por teléfono para comentarme que todavía tenía esperanzas de que ella le reclamase pero que estaba abierto a otras relaciones y se encontraba bastante estable. Transcurridos seis meses, mi colega me comentó que en una sesión de seguimiento con la paciente supo que había empezado una relación con otro hombre y sus relaciones sexuales eran muy satisfactorias y se encontraba muy bien. También me comentó que su antiguo compañero había reiniciado otra relación estable y habían conseguido mantener entre ellos una comunicación tranquila y cierta amistad.
Evidentemente hay situaciones en las que la asunción de la crisis permite un reencuentro y una maduración de la relación de pareja, pero en otras, como refleja este caso, la solución para ambos sistemas individuales es la ruptura del compromiso de la pareja, y el cambio de la relación, que permite, en un tiempo poder abrirse al encuentro con otras nuevas personas. El miedo a la soledad, a hacer daño al otro, a la indefensión social y económica, a las consecuencias que puede tener en los hijos si los hay, etc., mantienen en vilo durante años una relación insatisfactoria y empobrecedora para ambos miembros de la pareja. Por ello es necesario plantearse soluciones radicales lo antes posible.
W. Reich, se refería a lo divino como esa parte instintiva e innata que llevamos dentro y que nos impulsa a la expansión, la búsqueda del conocimiento, el movimiento vivo y la creatividad. Y a lo diabólico como lo que impide que esa potencialidad se desarrolle, al habernos dejado "poseer" (introyección) por unos modelos conductuales basados en la represión de lo vivo, en la inmovilidad y en la resignación. Y es precisamente en la pareja, y como ampliación, en la familia, donde esta polaridad aparece de una manera más viva y manifiesta. Es por ello que puede ser un espacio donde potenciar nuestro proceso de desarrollo personal, o puede convertirse en una institución perversa en cuanto que no sólo limita el propio, sino que con mecanismos inconscientes estoy limitando el de mi acompañante.
Por ello debemos avanzar, individualmente, con la pareja funcional y con otros colectivos democráticos, hacia la recuperación de lo divino, tantas veces ensombrecido por lo diabólico, que está disfuncionando el impulso instintivo de la natura, y nos separa de nuestra parte esencial, de ese pedazo de cosmos que llevamos dentro de cada uno de nosotros, y que olvidamos, sintiéndonos solos, en vez de sentirnos parte del Todo.