La realidad pandémica que estamos experimentando estos meses,
                independientemente de las interpretaciones, es una catástrofe internacional que
                tendrá consecuencias muy graves a todos los niveles, advirtiendo algunos
                expertos que puede ser similar a la sufrida por una guerra mundial.
                Las crisis, tanto personales como sociales, al igual que cualquier catástrofe,
                llegan por sorpresa. Por eso, en gran medida, estamos viviendo ahora una especie
                de experiencia onírica. Muchas personas a las que atiendo me dicen: "Es como si
                estuviera viviendo un sueño, ante el que no puedo reaccionar”. Nuestra
                percepción sufre ahora una cierta alteración de la conciencia, porque la realidad
                social y cotidiana es en gran medida desconocida, por lo que sufrimos
                cambios en los ritmos vitales, alteraciones en el sueño, sensaciones de extrañeza
                y una vivencia diferente del paso del tiempo.
                Y ese sueño no es agradable, se acerca más bien a una pesadilla, donde
                nos encontramos con la vulnerabilidad y la muerte, que es lo que generalmente
                acompaña a cualquier catástrofe. Las pandemias, a diferencia del resto, son
                catástrofes lentas, donde el estado de alarma, la tendencia al caos y el pánico,
                van mostrándose y aumentando progresivamente.
                Otros especialistas y enfoques psicológicos que también abordan e
                investigan el fenómeno del miedo, como los sistémicos, los cognitivistas, o los
                constructivistas, plantean que estas situaciones estimulan la creatividad, la
                emergencia de valores como la solidaridad y que conducen a la búsqueda de
                soluciones. En mi opinión, esta descripción se puede atribuir a la reacción
                instintiva que se produce en la naturaleza en general y en los mamíferos en
                particular, pero en muchas ocasiones no es la que observamos en el mamífero
                humano. En nuestro caso, hemos ido perdiendo contacto con el funcionamiento
                instintivo, y nos movemos más bien por patrones de conducta social
                estereotipada, gobernados por el predominio y la especialización de la razón, del
                pensamiento cortical, debido fundamentalmente a la influencia de la sociedad
                patriarcal en la que hemos vivido durante siglos, que ha menospreciado el mundo
                de lo instintivo, de los afectos, de la ternura, de la sexualidad, de las relaciones
                humanizadas, en pro de los objetivos de logro, de la eficacia y de la supremacía
                fálica del poder, lo cual se refleja en las relaciones no saludables que se
                mantienen en los ecosistemas esenciales (familia y escuela), muy distantes de
                aquellas que permiten establecer atmósferas ecológicas, cercanas al
                funcionamiento natural de lo Vivo. Por ello, hemos de tener presente que si bien
                el miedo conduce a los mamíferos a una solución, en el ser humano lo suele
                llevar a una encrucijada.
                Si bien es cierto que a nivel conductual y de respuesta social estamos lejos
                de tener respuestas instintivas autoorganizadas o autopoiéticas-, según la
                definición de Humberto Maturana-, a nivel biológico sí que las tenemos, pues
                aunque en las pandemias sufridas por el ser humano a lo largo de la historia han
                fallecido muchas personas, nuestra especie ha podido sobrevivir. Esto lo podemos
                comprender mejor aplicando también la teoría de la Resonancia Mórfica de
                Sheldrake, según la cual, la especie humana, como el resto de las especies,
                recoge el legado de las respuestas de supervivencia de siglos, en el terreno
                biológico. Cada vez que aparece una variable molecular, a la que la especie no
                está acostumbrada, hay un período de vulnerabilidad donde hay fallecimientos,
                hasta que llega el período de autoorganización inmunitaria, sin que hayan
                existido necesariamente vacunas o soluciones médicas específicas previas.
                En este sentido, recuerdo la frase de Daniel Defoe, en el libro El año de la
                peste, donde en su descripción novelada de una de las pandemias históricas,
                relata: "La sociedad se quedó perpleja cuando evidenciaron que, de pronto, sin
                ningún medicamento nuevo, sin ninguna intervención diferente, las personas no
                sólo dejaron de morir, sino que se recuperaban y sanaban. Ni siquiera los
                médicos lo explicaron, porque fue un hecho Divino. Dios nos castigó y Dios nos
                perdona”. Al no existir otra explicación posible a mediados del siglo XIX, tanto
                Defoe como la mayoría, lo achacaron a una acción divina.
                Lo que es seguro, en todas las pandemias, es que duran un tiempo. Hoy
                estamos mejor preparados, no sólo por algunos avances médicos, sino porque los
                seres humanos están más inmunizados, como especie, que hace siglos. Excepto
                tribus aisladas con poco contacto con la civilización, que son especialmente
                vulnerables, y que podrán desaparecer si no se toman las medidas adecuadas,
                cosa que podría esta ocurriendo ya en lugares como Amazonas, con la
                consiguiente tragedia y genocidio humano.
                Podemos considerar la crisis actual como una catástrofe internacional, con
                una base biológica, que durará un tiempo y causará muertes. Y los fallecimientos
                dependerán, a su vez de dos variables:
                - La primera, consecuencia de la mutación biológica, fruto de una
                vapuleada naturaleza a nivel mundial, de una Gaia maltratada por nuestras
                acciones destructivas, que seguirán generando catástrofes geofísicas y biológicas.
                Quizás por ello el siglo XXI será el siglo de las catástrofes “naturales”, mientras
                que el siglo XX lo fue de las bélicas.
                - La segunda, por la mayor o menor fortaleza biológica y psicosomática de
                cada persona, consecuencia tanto de su predisposición congénita, como del
                distrés sufrido a lo largo de su historia personal, especialmente durante los
                primeros años de vida.
                Ambas cosas se podrían paliar, erradicando factores de riesgo de todo tipo
                en el primer caso, y utilizando medidas preventivas en los ecosistemas esenciales
                (familia, escuela, organizaciones...) como las que se plasman en el proyecto que
                denominé en su momento: “Ecología de los Sistemas Humanos”.
                En esta ocasión, no voy a valorar las decisiones tomadas por los gobiernos
                ante esta crisis, pero sí lo voy a hacer con sus consecuencias. La inmovilidad y el
                confinamiento durante meses, va a suponer una recesión de la economía y un
                sufrimiento emocional e infraestructural muy fuerte para millones de personas,
                con consecuencias no sólo sociales y económicas, sino también psicosomáticas,
                que van a ocasionar conductas defensivas y patológicas. Nos vamos a encontrar
                con reacciones muy alejadas del funcionamiento instintivo y natural como
                especie que he descrito antes, y se van a dar respuestas basadas en el predominio
                de las denominadas por Wilhelm Reich, “pulsiones secundarias culturales”, como
                el egoísmo, el individualismo, el sadismo, etc.
                Dichas pulsiones toman forma a través de nuestro Carácter, término que
                este mismo autor describe como la coraza del yo. Es decir, la suma de
                mecanismos de defensa organizados a lo largo de nuestro proceso madurativo en
                forma de rasgos de conducta rígidos, que forman parte de nuestra personalidad.
                Entre ellos observamos rasgos compulsivos, fálicos, masoquistas o histéricos.
                Asimismo, durante el tiempo de confinamiento, irán tomando fuerza
                dichas actitudes caracteriales para hacer frente a la crisis, pero con el tiempo se
                pueden ir desmoronando, dando paso a reacciones más profundas consecuencia
                de la Estructura del carácter, es decir, del patrón de organización esencial de
                cada persona:
                a) Reacciones impulsivas o disociativas, en el caso de la Estructura
                Fronteriza.
                b) Escindidas por el pánico, o paranoicas-conspirativas-delirantes, en el caso
                de la Estructura Psicótica.
                c) Adaptativas, pero viviendo conflictos personales o relacionales más o
                menos serios en función de su rasgo de carácter imperante, en el caso de
                la Estructura Neurótica.
                Lo que se puede reflejar concretamente en conductas con rutinas
                compulsivas, emergencias depresivas, victimistas, de desesperación, evasivas-
                maniacales, de caos histriónico, o liderazgos con tildes de salvadores de la
                humanidad.
                Desde esta evaluación sistémica y estructural de la situación actual, antes
                de plantear las posibles medidas para afrontar la crisis y la poscrisis, debemos
                asumir que las consecuencias de esta pandemia van a ser globales e
                imprevisibles, a corto y medio plazo. Por ello, como escribió Edgar Morin: “Es
                preciso aprender a navegar en un océano de incertidumbre, a través de
                archipiélagos de certeza”. ¿Y cuáles son esos archipiélagos para nosotros?. Las
                leyes generales de la Ecología de los Sistemas Humanos. Aplicándolas, vamos a
                poder navegar de una forma más segura y eficaz.
                El punto de partida que nos permitirá hacerlo, emerge de la Teoría de la
                complejidad del mencionado filósofo E. Morin, según la cual, para conocer la
                realidad de un fenómeno debemos detectar el mayor número posible de variables
                que lo hacen posible. Por ello, tampoco en esta crisis va a ser útil adoptar
                posiciones basadas en dar respuesta a una única variable. Como podemos
                observar en algunas posturas reactivas, donde el Gobierno pasa a ser la figura
                responsable de todo lo acontecido; o la de refugiarse en ideaciones místicas con
                cantos de sirena, pensando que todo se va a solucionar por la fuerza de la
                naturaleza y que el ser humano va a cambiar a partir de ahora y será todo
                diferente; ni tampoco la de quedarse en el mero pragmatismo mecanicista de
                pensar que todo pasa por soluciones médicas y por una vacuna salvadora. La
                situación es compleja, y por tanto, debemos buscar respuestas que consideren las
                diversas variables que están influyendo en esta crisis.
                Una ayuda necesaria para continuar este propósito la podemos tener
                adoptando la posición aconsejada por W. Reich de “observación silenciosa”, que
                nos recuerda a su vez un principio de la física cuántica, según la cual las
                particularidades del observador pasan a ser una variable más a tener en cuenta en
                la observación de cualquier fenómeno que se investigue. En esta observación
                silenciosa, como primer paso, el propio observador debe preguntarse qué está
                sintiendo y cómo está experimentando lo que observa, así como en qué
                condiciones se encuentra.
                Si lo aplicamos a la situación actual, no tiene mucho sentido proponer
                alternativas o resolver problemas a los demás, si previamente no me detengo, me
                miro y me pregunto:“¿Cómo estoy viviendo y sufriendo esta terrible crisis?...¿Qué
                sensaciones estoy experimentando?...¿Cómo me siento durante la noche y
                durante el día?...¿Cómo estoy con los demás?..,¿más enojado, más deprimido,
                ansioso, sueño más o menos, duermo o no?...¿Cómo experimento el paso del
                tiempo, la ausencia del encuentro social...?”. En esta autoobservación aprenderé
                y podré administrar mejor mis recursos.
                Un segundo paso será la observación del exterior. Tenemos que tratar de
                observar, sin prejuicios, sin categorías ni interpretaciones. Evitando lo que Reich
                advertía: "recibiremos la presión de la interpretación mecanicista de las cosas”. En
                este caso, por parte de aquellos que se quedan en la descripción del daño por el
                virus: las muertes diarias, las medidas a tomar para no contagiarse, la crisis
                económica que conlleva...todo lo cual, al no contextualizarlo adecuadamente,
                aumentará el miedo colectivo a la pandemia. Por supuesto, esto es una parte de
                la realidad, pero olvidan dar la información de otras variables, como la lógica
                inmunológica individual y social o la influencia que tiene el maltrato que
                realizamos a la naturaleza en el surgimiento de esta pandemia. Al mismo tiempo
                que se reconoce que este coronavirus, junto con el resto de millones de otros
                virus, forman parte de la Biodiversidad , y como tal, tiene una función vital, que
                debemos investigar y comprender, para neutralizar de una forma ecológica la
                epidemia, y prevenir otras posibles venideras, en lugar de presentarlo como un
                enemigo invisible al que hay que destruir y vencer. Para lo cual es necesario
                facilitar los recursos necesarios a los equipos especializados y científicos que
                siguen estas líneas de investigación, como Máximo Sandin, o Patrick Forterre.
                A su vez, otros reflejarán sólo otra parte de la realidad, al describir y
                enfatizar las capacidades propias de los humanos, aquellos que preconizan una
                respuesta idealizada del ser humano frente a esta crisis, planteando que vamos a
                ser capaces de aprovecharla para cambiar, para ser solidarios y recuperar una
                cierta conciencia cósmica que promueva un futuro más sostenible. Pero no hay
                que olvidar que dichas capacidades del ser humano están reducidas y limitadas
                por la coraza y la estructura caracterial de cada cual, por lo que una cosa es
                querer y otra es poder. Y no podemos olvidar que la crisis económica y social va
                a ser global, mundial y provocará tensiones y conflictos, por lo que pondrá a
                prueba nuestra capacidad potencial de ser más humanos, frente al pánico del
                individuo acorazado.
                Desde esa posición de Observación Silenciosa, una vez hayamos realizado
                las dos tareas descritas, tendremos acceso a una mayor comprensión del
                fenómeno (la crisis pandémica), lo cual nos permitirá diseñar una adecuada
                estrategia de intervención.
                Otras dos herramientas que nos va a resultar necesarias para avanzar en
                este periplo son la Teoría del estrés (sufrimiento) de Hans Selye, y la Inhibición de
                la acción de Henry Laborit: al estrés (o más bien distrés) de la catástrofe hay que
                sumarle el que llevamos en nuestro interior, resultado de los miedos
                experimentados en nuestra historia. Ambos juntos preconizan respuestas
                patológicas psicosomáticas descritas por Selye, que se agravan al no poder
                reaccionar ante la frustración que nos produce el empobrecimiento, la
                enfermedad, la inmovilidad, o la falta de acompañamiento en el duelo cercano,
                en cuanto que las razones de Estado parecieran justificar la realidad que estamos
                viviendo, añadiendo a las patologías anteriores las producidas por las alteraciones
                neurohormonales descritas por Laborit.
                Aplicando ambas teorías a nuestra situación actual, debemos estar
                preparados y alertar al colectivo sanitario del aumento considerable de
                reacciones orgánicas psicosomáticas agudas y de crisis emocionales y
                psicopatológicas, cuadros agudos de ansiedad, ataques de pánico, depresión,
                etc., que van a ir apareciendo conforme avance la crisis y comience la paulatina
                recuperación. De momento nuestro sistema defensivo (coraza caracterial) está
                conteniendo los procesos de enfermedad porque “sabe” que no va a recibir
                atención, evade la percepción y evita su emergencia. Pero cuando se den las
                condiciones, la emergencia será virulenta y aguda. Es una dinámica similar a la
                de un accidente de tráfico. En un primer tiempo recuperamos todo lo posible la
                normalidad, pero progresivamente aparece el trauma y las consecuencias del
                impacto.
                Asimismo, junto a la emergencia de patologías individuales, conflictos de
                pareja, o crisis familiares, fruto del distrés de la catástrofe, tenemos que
                prepararnos para la crisis económica de magnitudes posbélicas. Por mucho que
                intenten esforzarse los gobiernos para neutralizar sus efectos, se van a producir, y
                como suele pasar, los más vulnerables serán los más afectados.
                Prevenir y prepararse para afrontar este devenir supone aceptar y aplicar
                otra de nuestras principales leyes: el hecho de que sólo con la Cooperación y el
                apoyo mutuo, frente a la tendencia del egoísmo superviviente, se pueden
                contener y superar estas situaciones extremas. Aplicando la etnología, hace más
                de un siglo que una figura libertaria, Pior Kropotkin, lo reflejó en su magistral
                libro El apoyo mutuo. No se trata de “cooperativismo”, sino de aunar esfuerzos,
                capacidades personales y gestionar funcionalmente los recursos colectivos, para
                conseguir objetivos comunes .
                No es tarea fácil, porque nadie nos lo ha enseñado, más bien hemos
                aprendido a funcionar en la dirección contraria, y en algunos casos, nuestras
                experiencias en las relaciones personales y sociales han sido tan destructivas que
                nuestra tendencia es a defendernos del Otro, porque hemos dejado de diferenciar
                entre “iguales” y “contrarios”. Lo cual provoca dinámicas de evitación, huida,
                incluso de traición, tal como está representado en la figura del Judas de los
                Evangelios, que W. Reich analiza junto a otros ejemplos, dentro de lo que define
                como reacciones de peste emocional. No sólo me refiero a reacciones
                individuales, sino también a los movimientos corporativistas de grandes
                compañías, las cuales aprovecharán esta situación de crisis y de muerte, como
                hacen los buitres y las alimañas. Incluso se dan las condiciones para el resurgir
                de líderes fascistas, que con sus mentiras, sus difamaciones a los representantes
                democráticos y sus promesas de seguridad y control, hechicen a las masas
                necesitadas de bálsamos curativos, y surjan intentos de un nuevo orden
                autoritario internacional. Tampoco esto debe sorprendernos, pero sí prepararnos
                para evitar lo más posible sus repercusiones.
                También es cierto que se menciona y se plantea, en los discursos políticos
                de muchos gobernantes y líderes mundiales, la necesidad de cooperar partidos y
                naciones, ante la crisis mundial que estamos viviendo. Pero sabemos por la
                historia, que este concepto de cooperación, desgraciadamente, ha sido más bien
                una colaboración para repartirse la tarta de una forma más o menos equitativa
                entre los poderosos, dejando las migajas al resto. La solidaridad del poder, se
                mide por el número de intereses ocultos para aprovecharse de las circunstancias,
                diseñando la forma de hacerlo en cada nueva situación. Pueden perder algo, pero
                más tarde recuperarán lo perdido con “intereses”.
                Por ello debemos asumir los límites de las políticas gubernamentales, a
                pesar de que podamos apoyar acciones y propuestas de algunos líderes y
                representantes políticos de izquierda a favor de los más vulnerables, como está
                ocurriendo en el Estado Español. Conscientes, a su vez, de que se van a encontrar
                con el freno de las alimañas de la derecha y de los partidos fascistas, que
                representan los poderes fácticos, y con la falta de apoyo del resto de pequeños
                partidos que seguirán con sus reivindicaciones de siempre, sin adaptarse a la
                nueva realidad y a la búsqueda conjunta de soluciones frente a la magnitud de la
                crisis y la catástrofe que estamos viviendo. Muchas veces no recordamos ni
                aprendemos de la historia, y el mecanismo de “compulsión de repetición” que
                describió Freud en relación a la neurosis individual, se contempla en la dinámica
                social, tan bien descrita en el vanguardista libro de W. Reich: Psicología de masas
                del fascismo.
                Fue Reich uno de los que en un momento posbélico, retoma este principio
                libertario de la cooperación, y lo integra con sus conocimientos
                caracteroanalíticos, abogando por un movimiento social de “democracia del
                trabajo”, de autogestión en los pequeños espacios sociales (que posteriormente se
                llamarán sistemas y ecosistemas): familia, escuela, colectivos, organizaciones.
                Lugares donde es posible y realista empezar a establecer atmósferas más
                ecológicas y poner en marcha los principios del apoyo mutuo y la solidaridad. A
                sabiendas de que precisamente son en esos sistemas esenciales donde siempre
                pretenden apoyarse e influenciar los estamentos del poder, imponiendo sus
                propios valores retrógrados e interesados. Pero como sabemos que eso puede
                ocurrir, intentaremos cambiarlo, porque son nuestros espacios reales, aquellos
                que podemos gestionar, y en aquellos donde no tengamos una presencia activa-,
                organizaciones burocráticas, municipales, o gubernamentales-, participaremos
                indirectamente, a través de reivindicaciones funcionales y votos útiles.
                Somos nosotros y nosotras quienes debemos tomar las riendas de la
                situación, empezando a desarrollar relaciones basadas en el respeto, el
                reconocimiento de funciones, y la gestión de recursos desde la autogestión. No
                esperemos que nos lo den. No esperemos que el gobierno nos dé un salario, nos
                dé una casa, nos pague el alquiler, porque eso podrá hacerlo durante un mes,
                dos, con unos cuantos miles de personas, pero no con todos. Seamos nosotras y
                nosotros, con nuestro trabajo y con nuestros recursos y capacidades, quienes
                debemos sentirnos capaces de hacerlo. Al mismo tiempo que transmitimos
                conocimientos, y denunciamos los bulos y la desinformación de los usureros, y
                de aquell@s que se ocultan tras las gafas de las promesas que no llegarán.
                Superemos la crisis con nuestra unidad, desde la igualdad, la libertad y la
                fraternidad, palabras regadas en una época con la sangre de muchos y muchas. Y
                con la cooperación y la puesta en marcha de dinámicas creativas, ecológicas y de
                autogestión en nuestros colectivos, estableciendo redes con otros colectivos
                ecologistas internacionales, al mismo tiempo que reivindicamos acciones
                políticas y cambios legales, y apoyamos propuestas válidas de políticos honestos
                y cabales, a sabiendas de que la trama del poder económico empleará sus
                mecanismos para frenarlas.
                Así pues, “seamos realistas, pidamos lo imposible”, como se reivindicaba
                en el movimiento del mayo francés del 68. Para qué?. Para poder trabajar por lo
                posible, desde nuestros límites y nuestro ritmo ir avanzando para construir
                aquello que sí podemos: intentemos establecer relaciones humanas y ecológicas
                con nuestros iguales; con nuestras parejas, con nuestros hijos e hijas desde el
                principio de la vida; en los espacios escolares y en nuestros colectivos cotidianos.
                Pongamos los medios para que se pueda ir transformando nuestra percepción
                embrutecida, nuestra torpeza emocional, y nuestra rigidez caracterial en
                Estructuras Humanas, y la de generaciones venideras, con el fin de que
                recuperen nuestra capacidad de Vivir y formar parte de “la trama de lo Vivo”
                (Fritjof Capra).
                Hagámoslo, “encarnando la vitalidad”, concepto que de manera
                minuciosa investigó y definió el gran neurocientífico Antonio Varela. Esto es,
                encarnemos las impresiones, ideas, sensaciones que pueden estar en nuestra
                cabeza, que pueden ser muy hermosas y poéticas, pero se pueden quedar en
                meras ideas. Encarnémoslas, sintiendo la fuerza que tienen cuando las integramos
                con nuestro ser, con nuestros afectos, nuestra sexualidad, nuestra creatividad y
                nuestra capacidad de amar. Y juntemos nuestros cuerpos y nuestros seres, en una
                red fuerte y segura, que establezca la matriz necesaria donde poder avanzar con
                nuestras capacidades, posibilidades y aportaciones, por la senda que antes de
                nosotros forjaron aquellos que vivieron, lucharon, e incluso murieron por ella: la
                senda que lleva a la Utopía.
                Todo lo cual, me recuerda las palabras del escritor Ernesto Sábato,
                plasmadas en su exquisito libro Antes del fin, publicado en 1999: “Sólo quienes
                sean capaces de encarnar la Utopía, serán aptos para el combate decisivo, el de
                recuperar cuanto de Humanidad hayamos perdido”.