Psicoterapia individual y parejas desde 1982

EL YO Y EL CUERPO EN LO PSICÓTICO: IDENTIDAD Y VÍNCULO

Sede del colegio oficial de psicólogos de Valencia,2019 ( jornadas sobra la Psicosis

La presente conferencia va a estar enfocada fundamentalmente a la práctica, a cómo venimos trabajando sobre lo psicótico. La que nos ocupa es una materia candente, ya que cada vez más la sociedad tiende a lo psicótico, y en ese contexto el profesional de la salud, y en particular el psicólogo clínico, tiene una responsabilidad muy importante tanto a nivel clínico como a nivel de prevención psicosocial.

Hablo de lo psicótico porque este” lo” engloba muchos aspectos sin atribuir una etiqueta concreta o específica. Más bien nos referimos a un fenómeno humano, a una situación que se produce en muchos momentos. La posición es pues, como hacia todo lo que gira en torno a la conducta humana, intentar comprender, observar y llegar a algún aprendizaje. Al mismo tiempo el hecho de estar nosotros mismos inmersos en ese contexto de lo psicótico dificulta en ocasiones nuestra comprensión, ya que observamos desde nuestras propias conductas, similares o parecidas.

Es por ello que el ámbito de lo psicótico me gusta, no porque sea agradable de trabajar si no porque permite aprender mucho de lo vivo y lo social. También porque que presenta dos particularidades esenciales. Por un lado requiere que nos sumerjamos en un nivel de conciencia que no es el habitual, al que no estamos acostumbrados, y por otro lado nos obliga tanto a romper disciplinas científicas como a aproximar modelos de intervención. En otras áreas de la psicopatología sí podemos trabajar desde modelos más psicoanalíticos, como el conductual, o el sistémico, pero, desde nuestra experiencia, lo psicótico no se puede abordar desde un único modelo de intervención, o desde una sola perspectiva o técnica, ni siquiera con el psicofármaco más avanzado. Lo afirmo categóricamente: un enfoque de ese tipo sería absurdo porque al hablar de lo psicótico estamos hablando de aquello que no es continente, donde necesitamos introducir herramientas que proporcionen cierto continente.

Desarrollaré la exposición en dos partes: (i) en primer lugar hablaremos de lo que se muestra evidente en nuestra práctica, y (ii) para después explicar cómo trabajamos, lo que espero os sirva como referencia para vuestra práctica o para tener una mayor motivación hacia el tema.

La psicosis es una de las partes de la psicología clínica sobre la que más se ha escrito desde todos los modelos y disciplinas, ya que es una cuestión muy compleja que altera la dinámica de pensamiento normal. Aunque nos movemos hacia un mundo que entra dentro de la lógica de lo psicótico todavía estamos viviendo estados sociales neuróticos, por lo que nos resulta difícil emplear la forma de pensamiento necesaria para abordar este fenómeno, ya que un neurótico no está acostumbrado al mundo de un psicótico. Este es el primer problema a salvar, debemos colocarnos en una posición de empatía, de conexión con la lógica de ese fenómeno.

(i) ¿QUÉ ES LO EVIDENTE PARA NOSOTROS?

Nos vamos a referir siempre a intervenciones con adultos y adultas, no en niños ni en adolescentes, porque es un asunto totalmente diferente y no es mi especialidad. Concluiremos tratando la intervención preventiva en este fenómeno.

Para comenzar constatar que la locura se utiliza y se ha utilizado desde siempre como una forma de persecución, de castigo y de instrumentalización de las personas. En este sentido Thomas S. Szasz en su libro La fabricación de la locura de la llamada anti- psiquiatría académica de los años 70/80, cuestionaba sobre todo la nosología patológica relacionada con la locura. Es un texto muy valioso que sigue siendo muy actual.

La locura se ha utilizado desde el poder como una etiqueta para desprestigiar o castigar actuaciones en contra de la norma, de lo adaptativo, lo que ha supuesto un desagravio para muchas personas: artistas, políticos, intelectuales..., contra las que ha utilizado en muchas ocasiones de forma descarnada, como sucedió en la Europa fascista. Por ello cuando utilicemos el término locura debemos ser cuidadosos para evitar caer en una cierta manipulación de esa semántica con respeto a una persona, lo que resulta peligroso.

Desde diversas tribunas, como el movimiento de la anti-psiquiatría tanto institucional como anti institucional, se ha cuestionado el término y la forma en la que ha sido utilizado. A pesar de lo cual, a estas alturas del SXXI todavía no se han logrado implemetar ciertas propuestas que se revelaron durante aquellos años como la forma adecuada de tratar y de relacionarse con las personas que no tienen un funcionamiento normal o adaptativo.

Es preciso diferenciar lo que puede ser la etiqueta de locura de lo psicótico. La locura es un atributo fantasma pero lo psicótico existe. Al respecto he podido acompañar casos muy trágicos de uso incorrecto de ese epíteto, como el de una chica joven de clase burguesa de Madrid en los años 90 que fue internada en un psiquiátrico privado porque la madre pensaba que su hija de dieciocho años se masturbaba mucho. El internamiento terminó en una lobotomía, era la única terapia para ese tipo de perversión y práctica exacerbada de una sexualidad que no se correspondía con la norma.

Incluso hasta hace pocos años en los manuales de psicopatología como el de DSM III, la homosexualidad era considerada por la propia psiquiatría como un trastorno psicopatológico. Son las actuaciones de tipo sexual y de tipo político las que más han sido cuestionadas y manipuladas con la etiqueta de locura.

Otra realidad que no es contradictoria con lo dicho es que hay personas que sufren y mucho cuando se encuentran con este fenómeno. ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo psicótico? Estamos hablando básicamente de un trastorno de identidad, y la identidad del ser humano no es algo fácil de definir. Está asociada a la percepción y a la conciencia de mi yo. ¿A qué nos referimos con el “yo”? Freud fue uno de los primeros que definió el yo como el cuerpo. El cuerpo entendido como globalidad, como entidad percibida y sentida como propia, aquello con lo que yo me identifico, lo que Paul Schilder definió a principios del siglo XX como la imagen corporal. La imagen que yo tengo de mí a nivel perceptivo, que es lo que permite que exista un yo definido y diferenciado de otros. Cuando una persona no es capaz de diferenciar del todo y de definir su yo, tenemos un trastorno de identidad, que es lo que en la práctica lleva a manifestaciones, conductas y comportamientos que podríamos definir como psicóticos. Psicótico significa que va acompañado de una disfunción perceptiva asociada a un trastorno de identidad. Trastorno de identidad y trastorno perceptivo son conceptos similares. Si yo no vivo en mi piel, viajo constantemente y ese viaje, ese vuelo fuera de mi piel y mi cuerpo, me lleva a percibir la realidad de una forma extracorpórea que se llama exteroceptiva. La confusión entre lo interoceptivo y lo exteroceptivo en el mundo de los psicóticos es una de las claves esenciales de su realidad cotidiana. Este desarreglo está hoy en día demostrado por la neurociencia. Os recomiendo al respecto el libro Medicalizar la mente: ¿Sirven de algo los tratamientos psiquiátricos? (Psicopatología y Psicoterapia de la Psicosis) de Richard P. Bentall. Es un libro actual en el que se expone una crítica feroz y fundamentada al uso de neurolépticos en este tipo trastornos, pero también un buen escaparate donde se muestran muchos de los descubrimientos recientes de la neurociencia, como este que os cito que sitúa el conflicto en la base somática: “las alucinaciones auditivas están asociadas a la activación de los centros del lenguaje de los lóbulos frontal izquierdo y temporal del cerebro, por ello la persona que oye voces está realmente atribuyendo de forma incorrecta su propia habla interna a un agente externo. Las alucinaciones no surgen directamente de un problema perceptivo sino del error al decidir el origen de la percepción”. Precisamente ilustra lo que algunos psicoanalistas ya intuían y observaban en su práctica clínica: la existencia de un conflicto entre lo introspectivo y lo exteroceptivo en este tipo de pacientes. En textos de distintos autores como Reich, se mencionan casos en los que se advierten ciertos mecanismos delirantes, como escuchar voces, tener la sensación de que viven lo que ocurre fuera de ellos, lo que le ocurre al otro..., que constituyen una proyección esencial o primaria: yo estoy viviendo algo que no puedo percibir y lo percibo fuera. Puede darse en neuróticos, pero los psicóticos lo llevan a niveles extremos. Si yo siento un deseo sexual muy grande, pero no lo siento dentro de mi cuerpo, y tengo ese mecanismo de alteración, entonces voy a percibir que tú me deseas a mí, y defenderé hasta la extenuación que eres tú quien me desea. En cuanto me niegues eso me voy a alterar, voy a sentir ofuscación y un conflicto muy intenso porque yo sí lo estoy percibiendo. Cuando se cuestiona a alguien para quien la duda es la base de su existencia cotidiana, aparece lógicamente irritabilidad y agresividad, que son manifestaciones secundarias de lo psicótico.

En ese sentido otra cuestión evidente es la diferencia que hay entre lo psicótico y lo psicopático, o lo fronterizo, lo borderline. Son patologías muy diferentes aunque a veces las conductas sean muy similares. Conductas Impulsivas, destructivas, violentas..., las pueden tener los psicóticos, pero los psicóticos no son violentos. Un psicótico si mata lo hace por accidente, por casualidad o como efecto colateral, pero no mata directamente. Un psicópata sí. Son formas de actuar, de razonar y de percibir muy diferentes, entidades completamente distintas, entre otros motivos porque el psicótico no tiene organizado un yo con la fuerza suficiente y necesaria como para poder crear una violencia contra un otro porque no diferencia su yo del otro. En todo caso se está auto-agrediendo, y esa auto-agresión, que es una lesión narcisista primaria, es constante, pero no consciente ni definida.

Respecto a la intervención con neurolépticos se evidencian dos aspectos en nuestra práctica clínica. En primer lugar, que incluso los más actuales o de segunda generación no siempre resuelve los síntomas de una psicosis, ni por supuesto los de una esquizofrenia. Por otro lado observamos que los efectos secundarios de los neurolépticos son devastadores a todos los niveles. Comenzando por una reducción de la esperanza de vida del orden de 20 a 30 años menor que la que, salvo enfermedad o accidente, sería previsible biológicamente. A lo que se añade el estado vegetativo a nivel psicológico, trastornos hormonales, obesidad, falta apetito y falta de motivación. Todo ello conforma un síndrome sobre el que se publicó hace unos años en una revista de neuropsiquiatría: el Síndrome del Neuroléptico, caracterizado por un nivel de conciencia y de conducta típico, consecuencia de la química cerebral resultante de la cronicidad de este tipo de medicación, al extremo de que se advertía que hoy en día ya no estamos viendo psicóticos, ni esquizofrénicos sino neuroleptizados. Tras un periodo de entre tres a cinco años de toma de neurolépticos se crea una adicción más potente que a la heroína, de modo que la dependencia de la persona a este tipo de medicación resulta irreversible. Son conocidas las transformaciones neuroquímicas que provoca en los neuropéptidos, en las transmisiones y en toda la realización intersistémica del cerebro, y a partir de estas la repercusión que tiene en otros sistemas. De la misma manera que la psicosis supone un trastorno multisistémico o intersistémico, el fármaco para abordarla se caracteriza también por una actuación intersistémica. Por lo tanto es devastador y actúa todos los niveles, lo cual no significa que sea el fármaco el diablo, si no que, como todo, es relativo.

No sé si conocéis la anécdota de que el primer neuroléptico, el Haloperidol, lo descubrió Laborit, un biólogo, mientras desarrollaba técnicas de criogenización durante los años 50. Antes de esta fecha no existía ninguna alternativa terapéutica para la psicosis y la esquizofrenia, salvo las camisas de fuerza, los electroshocks y los célebres manicomios. La aparición del Haloperidol supuso evitar un sufrimiento terrible. El neuroléptico desempeña pues su función, su adecuación depende del uso que hagamos; como cualquier otro fármaco se debe utilizar desde una perspectiva y una posición lógica, nunca desde una perspectiva de cronicidad. Si damos por hecho que lo psicótico, la etiqueta de esquizofrénico, o una depresión mayor es crónica, puede parecer lógico medicar de por vida, aún así no sé a quién se le ha ocurrido semejante barbaridad. Probablemente a alguien que no conoce la práctica clínica, que no está en las trincheras. Si estuviese en el frente se daría cuenta de que se pueden considerar otras opciones y perspectivas, que es lo que veremos después.

Por cuanto lo que estoy diciendo es otra evidencia: en lo psicótico es posible aliviar en gran medida el sufrimiento, se puede canalizar siempre que se haga con medios multidisciplinares. Debemos utilizar pues diversas disciplinas, distintos acercamientos.

Dentro de lo psicótico debemos diferenciar tres estados diferentes: la crisis, es decir lo que se denomina normalmente el brote psicótico, los estados psicóticos y en último lugar lo que se llama psicosis crónica o esquizofrenia.

Todo empieza por la crisis, por el brote. Si no hay brote no es psicosis. Que una persona haga cosas extrañas no significa que esté psicótica, deben aparecer además el delirio, la discordancia sensorio-motriz y toda una serie de síntomas para hablar de psicosis. La conducta no genera la categoría de psicosis, es un aspecto más que tiene que ir acompañado de un trastorno de identidad y de un trastorno perceptivo para hablar propiamente de psicosis. Sentirse extraño en un país al que has emigrado, o vivir una crisis existencial no supone un trastorno de identidad, si no una crisis de personalidad, un trastorno que tiene que ver con nuestro carácter y con nuestra personalidad. Es por tanto crucial entender el trastorno de identidad porque ontogénicamente las causas fundamentales de la predisposición a lo psicótico se gestan cuando no hay una organización vincular en los primeros tiempos de vida, que es cuando se genera la interfuncionalidad de los sistemas básicos y esenciales del ser humano y el sistema perceptivo, es decir los sentidos.

Precisamente la predisposición a lo psicótico se va originar en ese periodo de tiempo el que el cuerpo, el biosistema, está organizando aquellos sistemas en los cuales va a aparecer después una carencia o problema. Es por ello que las actuales investigaciones de la neurociencia y de la neurofisiología acerca del vínculo, del apego, y del trauma, se remontan a los primeros tiempos de vida en los estudios a nivel clínico que están realizando, e incluso a la vida intrauterina y hasta los dos o tres primeros años de vida, aunque yo puntualizaría hasta el primer año de vida. Son esos doce primeros meses de vida extrauterina y los últimos de vida intrauterina los que organizan ontogénicamente al ser humano, durante ese periodo se produce el proceso madurativo del sistema perceptivo, y la interrelación entre los sistemas esenciales: sistema inmunológico, sistema neurohormonal y sistema neurovegetativo. Esos tres sistemas crean el eje de la identidad y de la percepción somato psíquica. Es a partir de ese primer año cuando comienza a haber una posibilidad de diferenciación entre el yo y el no yo, entre el espacio y el tiempo, cuando aparece la posibilidad de visión tridimensional con la bipedestación, etc. Tengamos siempre en cuenta que no podemos entender la psicopatología sin una comprensión previa de la ontogénesis humana. Para comprender el conflicto debemos remontarnos al momento en que se está formando la base somatopsíquica de la que dependerá que el sistema funcione o no según lo que ocurra a su alrededor en ese tiempo, del ambiente que le rodee.

Encontramos así que el escenario que predispone a esa dispercepción, y a esa futura organización psicótica es un ambiente de ausencia, no de mal apego o de apego distanciado, si no de ausencia de objeto, en términos psicodinámicos, donde con objeto nos referimos a relación afectiva esencial. Ausencia pues sin compensar o con una compensación mínima, distrés que produce un nivel tal de angustia en el feto en el caso de los últimos meses de vida intrauterina, por el que la producción neurohormonal y la sensación de espasticidad del útero materno generan lo que se llama hoy en día una inhibición de la plasticidad neuronal. En otras palabras, hay ya una influencia del entorno en la vida intrauterina, porque existen varios niveles de comunicación e interrelación y, es en ese momento cuando se está generando la organización de sistemas esenciales. Y aunque cada vez más se está recuperando esta perspectiva, durante siglos no se ha dado ninguna importancia a ese primer tiempo de vida, porque como no existe el lenguaje y no existe el pensamiento se considera que el niño no se entera, y por lo tanto no se da importancia a que haya sido abandonado, o a que haya sobrevivido una semana a lado de su madre muerta asesinada con pocos meses de vida, o a que haya estado un año y medio yendo de un espacio de acogida otro, etc. Así, aunque después sea acogido por una familia con padres amorosos sigue existiendo el vestigio de una historia previa. Al respecto no voy a entrar en profundidad en el asunto del fraude de las adopciones, fraude porque no existe prevención, no se informa de la historia previa de esos bebés y niños de acogida y después llegan sorpresas en la adolescencia. Cuántos casos encontramos de adolescentes violentos, y muchos de ellos son adoptados. Tenemos pues esa historia que ha ocurrido en los primeros años de vida, normalmente muy cruel, que después en muchas ocasiones se puede compensar con el afecto, con el amor, con el cariño, con la estabilidad.

Del mismo modo que se habla de predisposición congénita se debería hablar de predisposición social. Cuando ocurre una situación traumática actual en unas condiciones en las que esa persona necesita unos mecanismos de defensa, un yo con capacidad de gestión del que carece, no puede afrontarla y se desborda. Está la resiliencia, nadie lo niega, personas con una realidad muy cruda que han llegado a tal o cual sitio. Pero no estoy hablando de bonanza social sino de niveles de sufrimiento emocional y de la de gestión de los sentimientos.

Es este sentido se observa que en muchas ocasiones las crisis psicóticas se generan en personas con antecedentes traumáticos en su vida primitiva, en su espacio histórico primitivo. Si bien la palabra trauma se utiliza bastante en la actualidad, yo diferencio lo que es la violencia relacional de lo que es el trauma. El trauma se suele dar en momentos concretos pero cuando lo que ocurre es una situación mantenida de violencia relacional, más que un trauma lo se genera es un declive, una predisposición a un trastorno disociativo de personalidad. Esa violencia relacional constante genera una incapacidad de relación, un trastorno relacional muy importante, y si ese conflicto de relación primario primitivo coincide con un trauma posterior surgen los desbordamientos, las crisis, conflictos que pueden ser muy graves.

Hay que tener pues muy presentes esos comienzos, esos principios. Autores como René Spitz en las investigaciones que realizó en los hospicios a finales de la Segunda Guerra Mundial sobre la nosología de las depresiones anaclíticas observó que los bebés morían no por falta de alimentos sino por falta de piel, de contacto, de presencia. En otros casos no se llega a morir porque hay mecanismos de supervivencia, pero sí se generan predisposiciones.

Por su parte Didier Anzieu en el marco de las investigaciones de la escuela francesa de psicoanálisis, en su libro El yo piel relata como en la práctica clínica trabaja precisamente la reconstrucción de ese sentido que no se ha acompañado, que es la piel. Sostiene que lo psicótico deriva de esa carencia y que hay que recuperar el yo piel, el yo somatomorfo, el yo del contacto asociado al trastorno de identidad.

Rof Carballo en clave neurofisiológica acuña el término urdimbre afectiva, que equivale al más actual de vínculo relacional, de momento de apego, y que refiere a la necesidad de presencia activa de personas, de figuras afectivas que acompañen al mamífero humano durante ese tiempo hasta primer y segundo año de vida; presencia necesaria para organizar la interrelación de los de los tres cerebros y la integración de los tres sistemas esenciales del ser humano que he descrito antes, los tres ejes.

La carencia de urdimbre afectiva, que decía Carballo, esa vulnerabilidad del yo genera una incapacidad, una limitación en los mecanismos de defensa que supone un rasgo diferencial respecto a lo neurótico. Lo neurótico se caracteriza por desarrollar mecanismos de defensa psíquicos y somáticos para adaptarse a las exigencias del medio, para gestionar de una manera ordenada, competitiva, las demandas sociales. Mecanismos como la negación, la proyección, la identificación, etc., y las formas somáticas específicas que los acompañan. En lo psicótico no se genera esa posibilidad, la vulnerabilidad de esos primeros tiempos motiva que la persona tenga una predisposición a limitar su organización de mecanismos de defensa. Eso significa que su manto cortical, su corteza prefrontal no organiza dinámicas cognitivas defensivas porque no ha madurado suficientemente, lo que no quiere decir que sea tonto, es más muchas veces es mucho más inteligente que el resto. Al no ser capaz de racionalizar la violencia, la crudeza, la frialdad del exterior le producen un sufrimiento constante. A modo de ejemplo: si un psicótico siente que su madre no le ama no puede desarrollar un mecanismo de defensa que diga que está muy ocupada, que tiene que trabajar, que está con dolor de cabeza... No va a poder utilizar esos recursos que minimizan en gran medida el sufrimiento, lo va vivir y punto. Por eso no le puedes contar milongas a esa persona porque le cuentes lo que cuentes acceden a la realidad directa, a la realidad analógica. Este será otro de los grandes problemas que se va a encontrar la persona con predisposición psicótica cuando a los tres o cuatro años entre en el campo de lo social, en el entorno escolar, o se encuentre con familias con doble vínculo; un conflicto de comunicación donde lo analógico y lo digital están disociados, donde lo que se hace no es coherente con lo que se transmite. Se refuerza entonces esa sensación de frialdad, de sufrimiento, de absurdo y de no compresión que le aflige desde el principio. El conflicto no viene originado por que haya un doble vínculo en el sistema de comunicación familiar, sino porque hay un antecedente que le predispone a una incapacidad para organizar mecanismos de defensa que le permitan lidiar con ese conflicto. Por contra otras personas que viven en sistemas familiares con doble vínculo no generan dinámicas psicóticas. Ahí radica la diferencia, es esa situación histórica anterior. Es necesaria pues una perspectiva ontogénica para comprender la lógica de lo psicótico.

Esa vulnerabilidad del yo genera el triángulo de trastorno de identidad, trastorno perceptivo y trastorno de conciencia. Hay una organización somatopsíquica muy vulnerable, sin capacidad de reacción al dolor y al sufrimiento, aunque puede haber casos en los que se refuerce con lo que se llama simbiosis. Por ejemplo podemos ver una persona que muestra funcionamientos aparentemente adaptativos y normales pero cuando tenemos la oportunidad de hacerle un diagnóstico de personalidad lo más completo posible observamos que hay una predisposición a lo psicótico que no se manifiesta, ni tiene porque aparecer nunca diría yo, si se mantienen las condiciones de simbiosis. Esa simbiosis se puede dar con otra persona, con la pareja, con un trabajo, con un oficio... Casos como el de una persona que lleva toda su vida en determinado puesto de trabajo, y cuando le despiden a la semana se suicida, o de personas que entran en situaciones de brotes, en situaciones paranoicas extremas a partir una crisis de pareja o de un duelo. Mientras hay otras que ni siquiera se enteran. ¿Por qué esa diferencia de reacción ante situaciones humanas tan esenciales? Porque hay predisposiciones, y el yo reacciona de una forma o de otra de acuerdo a estas. Si esa identidad yoica es mínima y existe algo con lo que se ha simbiotizado, con lo que ha compensado esa ausencia y sensación de vacío, esa sensación de no presencia en la realidad, ni siquiera en su propio cuerpo, y ese algo desaparece vuelve a entrar en la muerte, en la sensación de vacío. Y en ocasiones no se soporta. Como vemos, otras veces sí se puede compensar con la presencia de un otro. Eso es lo que significa simbiosis, que yo me fusiono con un otro o con otra cosa, por ejemplo con el trabajo, “el trabajo es mi vida”. Conoceréis gente que hace eso y solo eso porque no puede hacer otra cosa. Sácalo de ahí, o separa a esa persona de esa pareja y verás lo que ocurre. Parejas que llevan 20, 30 o 40 años juntos, que no pueden separarse aunque se maten todos los días son lógicas simbióticas que tienen su razón de ser, no pueden hacer otra cosa porque si no entran en el vacío.

Este panorama general ¿qué exige a la hora de intervenir? Como he dicho todo comienza con la crisis. ¿Qué vemos en un brote psicótico? Ahora son difíciles de ver porque los derivan a urgencias directamente. Hubo una época en la que no era así, en la que había más posibilidades de encontrarse con brotes en centros de salud o en espacios de trabajo. Generalmente nos encontraremos con una paranoia muy exacerbada, o con dinámicas de violencia, de confusión, de extrañeza, o con un delirio organizado, delirio entendido como una percepción peculiar de la realidad, ni mejor ni peor, solo singular.

Las diferentes consecuencias de la crisis dependerán de cómo la abordemos. La posible remisión marcará la diferencia entre que el brote sea algo puntual o que por el contrario suponga el inicio del infierno de lo psicótico, y que progresivamente derive en una esquizofrenia. Digo inicio porque es un proceso escalonado, aunque algunos sostengan que la esquizofrenia es genética, es el último estadio de lo psicótico, consecuencia de una cronicidad medicada o no atendida. Si no es atendida se convierte en un proceso degenerativo estructural en el que el organismo, va debilitándose porque va degenerando su estructura. Así, o se simbiotiza, o entra progresivamente en una degeneración psicótica. Si se simbiotiza hablaremos de personas que tienen predisposición a lo psicótico pero cuya personalidad funciona normalmente, hablaremos de organizaciones simbióticas, pero no de psicosis. La psicosis implica ya el paso a lo psicopatológico, al estado de conciencia alterada en el cual en el cual vamos encontrar un gran sufrimiento tanto en la persona que lo padece como en los que hay alrededor.

El infierno en el que entran quienes conviven con lo psicótico es a veces mayor que el del propio afectado, porque quien lo vive lo hace a su manera, pero los que le rodean lo sufren con un punto de realidad del que no pueden salir. Aparecen todas estas formas de funcionamiento totalmente atípico y desbordante, el discurso desorganizado que no cesa, la necesidad de ser escuchado, de sentirse ofendido constantemente por no ser atendido, mecanismos de enajenación progresiva, y esa perspectiva de delirio y de alteración de conciencia. Alteración de conciencia significa ausencia de la dimensión espacio-temporal, y que por lo tanto ni pasa el tiempo ni hay una diferenciación de espacios y eso es otro mundo. Se rompen completamente los ciclos. Es decir entra en brote.

¿Cómo abordamos nosotros el brote? Para poder abordar esta perspectiva de lo psicótico, este trastorno multifuncional, necesitamos una preparación específica. Hago hincapié en ello: trabajar en este campo es muy complicado. Los profesionales, a no ser que nos comportemos como robots de despacho, sufrimos mucho porque nos llega todo el sufrimiento esa persona, todo el remanente del sufrimiento que lleva a cuestas. El trabajo con lo psicótico es peligroso, ya que debemos empatizar con su estado de conciencia, un estado de conciencia desbordante al que no estamos acostumbrados. Al respecto algunos investigadores especialistas en la materia plantean dos estrategias. La primera es la distancia a todos los niveles y, la segunda, la posibilidad de comprensión del fenómeno recurriendo a herramientas personales específicas, concretamente al uso de psicotrópicos. Acerca de esta segunda estrategia recientemente se han publicado varios libros nuevos sobre el abordaje de algunas formas de psicoterapia valiéndose de sustancias psicotrópicas ,o enteógenos, que alteran la conciencia de manera controlada, sobre todo de la psilocibina y los derivados de ella, LSD, peyote, ayahuasca..., métodos que ya en los años setenta se trabajaron mucho. En esta línea algunos autores plantean que los que estamos al otro lado no alcanzaremos a comprender mínimamente el discurso de lo psicótico en el sentido perceptivo de la palabra, ni a empatizar si no es utilizando sustancias que afecten a nuestra conciencia.

Una vía sería pues, como experiencia dentro de la formación profesional, entrar en este punto de investigación de una forma controlada y puntual, y otra sería realizar el propio análisis personal, la reminiscencia de lo histórico, pero muchas veces no llegamos a comprender ese mundo porque no es el nuestro, porque hay una discordancia entre una forma de percibir la realidad y la otra al extremo de que muchas veces son irreconciliables. Por eso es muy complicado tratar lo psicótico porque todas y todos los que no somos psicóticos tenemos miedo a la locura, miedo a acceder a ese plano de realidad diferente en el que desaparece el tiempo y se diluyen las barreras de la piel, en el que se pierde el yo, a entrar en ese universo sin estar anclados a la nave. Ese miedo a locura hace que el tratamiento que en muchas ocasiones se ha dado a los psicóticos haya sido violento. Violento porque no nos interesa, no queremos saber nada de lo que le pasa persona, no queremos entrar en su mundo. Si entran en brote, vamos a pararlo para evitar que moleste o que se suicide o que se haga daño. En cada época se han utilizado unos medios para eso, actualmente se utilizan los neurolépticos. Qué duda cabe de que es necesario utilizarlos porque no tenemos otra opción, pero vamos a ver cómo.

Insisto en que el profesional debe tener una preparación específica para trabajar con estas personas. El riesgo existe, yo he visto a varios colegas entrar en crisis al tratar con lo psicótico por no haber tenido preparación.

(ii) ¿CÓMO INTERVENIMOS A NIVEL CLÍNICO NOSOTROS?

Cabe diferenciar tres etapas. En primera instancia, la crisis psicótica exige un abordaje interdisciplinar, que significa que hay alguien que conecta con esa persona que está sufriendo y que no lo hace en plan de camisa de fuerza o pinchazo a la vena, sino desde un punto de vista humano. Conecta con esa persona que está desbordada, sufriendo por lo que sea, ya sea porque se ha metido un chute de cristal, por estar tres o cuatro días de fiesta sin dormir, lo que le lleva a hacer un uso patológico de los mecanismos espacio temporales normales.

La diferencia radica en que a las personas que tengan ya una predisposición a entrar en una dinámica psicótica por lo que he dicho antes, cuando entran en una crisis les va a resultar mucho más difícil salir que a aquellas que solamente están viviendo una crisis psicótica porque han entrado en un estado de alteración de conciencia forzado por el uso excesivo de determinadas sustancias, o porque llevan días sin dormir,... Cuando el distrés se mantiene durante un tiempo, como ya demostró Hans Selye, se crea un mecanismo intersistémico en el organismo que puede llevar a cualquier extremo y entre ellos a determinados estados conciencia que serían catalogados de psicóticos. Lo primero que tenemos que averiguar es eso: ¿Quién es esta persona y porqué llega así?, y no quedarnos, como la mayoría de las veces, solo con el síntoma y utilizar la vía rápida de internarlo en una habitación aislada con el chute, y seguir con el chute hasta que resucite, si es que resucita.

Primero vamos a entrar en contacto, vamos a tener un tiempo de relación psicótica, para eso tendremos que sabernos mover en ese ámbito, deberemos empatizar desde lo psicótico. No podemos empatizar desde la new age y desde el amor, ni desde “cuánto te comprendo” o “cuánto te acepto”, sino que tendremos que entrar en la empatía de lo psicótico y esto es diferente, y no se describe los manuales. Significa, y ya Jung lo planteó, que por lo pronto tenemos que asumir que existe un lenguaje de lo psicótico con cierta lógica, que lo psicótico tiene una forma propia de comunicación aunque no la entendamos. Vamos pues a escuchar pero no a escuchar como se escucha a cualquier persona, entre otras cosas porque no nos va a dejar. Jung y otros autores de la antipsiquiatría o de corrientes de psicoterapia plantean una forma de escucha cercana a entrar en su delirio, en su forma de percibir, que es como entrar en ácido, un viaje del LSD.

Esa forma de presencia ya contiene a la persona, que se siente escuchada. Debemos hacerlo no desde el formalismo de escuchar sin interés mientras pienso en otra cosa, como en la relación sexual que voy a tener después. No serviría para nada, porque esa persona siente las cosas y te lo dice. Te va a decir “¿vas a echar un polvo después, verdad?, pues eres un impotente y no vas a follar bien”, y te vas a quedar con la sensación de que te ha descubierto, y así es. Es una especie diablo al que no pues ocultar tu sombra, y es peor si lo intentas. Para entrar en su dinámica hay que hacerlo desnudo, a corazón abierto: “dime, no pasa nada, te escucho”.

¿Para qué sirve esto? No es que seamos masoquistas, ni tratemos de ser héroes de la psiquiatría. Sirve porque constituye un precedente, una forma establecer un vínculo inicial, y ese vínculo lo vas a mantener en ese sitio. Vas a tener esa función en ese lugar, una función vinculante que vas a mantener durante toda la situación de crisis. De este modo si la persona está internada va a haber alguien que se va a comprometer y va a ocupar ese tipo de relación a lo largo de toda su estancia allí. Y aunque le den el chute, cuando esa persona aparece ya no se va a sentir tan sola ni tan aterrorizada. Por lo tanto una persona tiene que establecer esa relación vincular.

En segundo lugar resulta evidente que en la crisis debe introducirse el neuroléptico. Otra cuestión es la dosis, que decidirá el especialista con el que colaboremos. Que se reduzca a lo mínimo necesario, por ejemplo 20 mg de Zyprexa en lugar de 50mg, con qué frecuencia se administra y con qué se combina puede establecer la diferencia. El uso del neuroléptico en pequeñas dosis, casi de forma homeopática, resulta fundamental para que el tránsito que haga esa persona, normalmente ingresada en un hospital, le permita recuperar en gran medida su conexión sin la sensación de haber sido destruido, de haber sido torturado.

El tercer aspecto y de igual importancia es la sesión familiar. Muchas veces se ignora a la familia. Se ingresa al paciente y la familia ya le verá en las horas de la visita. La sesión familiar es fundamental por dos razones. La primera porque vamos a conocer el entorno social de esa persona, su ambiente, y la segunda porque vamos a poder aliviar el sufrimiento de ese sistema familiar, que es considerable. El mero hecho de que sean escuchados, de que reciban una explicación pedagógica de lo que está sucediendo, pero no de diez minutos en el pasillo, sino como toca, con una intervención psicoterapéutica en un espacio de atención familiar es de gran ayuda.

Estos son los tres ingredientes fundamentales. Después va a haber un seguimiento que va estar basado en un trabajo de intervención psicoterapéutica que ahora vamos a describir.

Por todo lo dicho, si la intervención en crisis se hace de ese modo, las posibilidades de remisión y de no cronicidad son muy altas. No obstante de alguna manera los profesionales estamos condenando al infierno a gran parte de las personas que sufren este tipo de trastornos por no saber atender las crisis de forma adecuada en los inicios, en los comienzos. Como Hegel dijo, los principios de las cosas marcan los procesos.

Pongámonos en el caso de que la crisis que hemos seguido no se haya resuelto de forma adecuada y nos encontremos ya en el campo de lo psicótico. Ya sea el caso de una persona que hemos acompañado y que por su predisposición a lo psicótico no puedes salir tan fácilmente de la crisis, o el de una persona con organización psicótica que sufre un trauma, un duelo o un conflicto laboral, que interrumpe ese mecanismo simbiótico compensador, y se genera una situación de riesgo. Ante el riesgo debe haber una intervención, que podrá ser pública o privada, pero la forma de nuestra intervención debería ser similar.

¿Cómo debe ser la intervención cuando ya estamos en el estado psicótico? Es necesaria una intervención interdisciplinar, donde se rompen las barreras entre disciplinas. Trabajaremos en equipo lo cual nos resulta difícil porque no nos han enseñado. Trabajar en equipo significa que no hay una jerarquía evidente como ocurre normalmente, porque cada persona del equipo tiene su conocimiento, su especialidad y su responsabilidad y cada cual trabaja respetando la autoridad de los demás en su ámbito de especialización. Con este equipo interdisciplinar la intervención consistirá en la aplicación del protocolo interdisciplinar:

a) Psicoterapia individual

b) Psicoterapia familiar. Intervención familiar sistémica

c) Acompañamiento con neuroléptico para disminuir el nivel de sufrimiento, en dosis mínimas para evitar el embotamiento de la conciencia.

d) Uso diverso y progresivo de herramientas convergentes como puede ser la intervención psicosocial, programas de reeducación, acompañamiento en espacios donde pueda haber una cierta actividad social, arteterapia, etc. Para lo que es necesaria la figura del coterapeuta, una persona que facilita esos espacios, que forma parte del equipo, y está en coordinación con el resto.

e) Un abordaje con herramientas convergentes del campo específico de lo sensorial como puede ser la audiopsicofonología.

Y lo más importante: el espacio. ¿Dónde se hace todo esto? Lo ideal es que estas personas no vivan en su espacio familiar porque el sistema familiar muchas veces es reactivo, agudiza los síntomas. Tampoco puede estar en un centro psiquiátrico porque no son adecuados, por muy modernos que sean. Queda pues como alternativa lo que se conoce como comunidad terapéutica, pero existen tan solo algunas privadas, que son muy caras. En Valencia hubo un momento, siendo San Martín Conseller, en el que se dispuso de subvención y casi se lleva adelante un proyecto de investigación en unidades terapéuticas, de creación de estos espacios de acompañamiento de lo psicótico donde trabajar con toda esa gama de herramientas de forma interdisciplinar. El proyecto se boicoteó y nunca más se supo de ello. Sabemos que no hay inversión en salud mental y sin invertir en salud mental, sobre todo el campo de lo psicótico es imposible de modificar. Se confirma así el dicho de que lo psicótico es crónico, no porque lo sea sino porque no hay medios para abordarlo, medios que son complejos, que exigen una dedicación, unos profesionales y un tiempo. Se dedica mucho dinero a otras cosas, ¿pero por qué no a la salud mental? Aunque se reivindica y se denuncia que hay mucha gente sufriendo, tanto los propios psicóticos como los familiares, sigue sin haber alternativa. Hemos acompañado a psiquiatras como Ramón García y otros que lo han intentado, pero desde la propia psiquiatría se han opuesto. Y por supuesto la jerarquía entre psiquiatría y psicología clínica supone otro impedimento. No hay psicólogos porque el psicólogo no tiene voz, el psicólogo sigue siendo mudo para la psicopatología. Quien marca la ley en lo psicótico es la psiquiatría.

No obstante la actuación de los psiquiatras en muchas ocasiones es errónea y condenan al infierno a mucha gente por su propia necedad: no están preparados para diagnosticar, por mucho que crean que sí, somos nosotros los psicólogos clínicos los tenemos esa capacidad de evaluación. Muchas veces esas etiquetas que colocan los psiquiatras se cronifican, esto es así, sepa mal a quien sepa.

Por lo tanto, consideramos necesarios espacios comunitarios para poder trabajar a estos niveles y como no existen los hemos intentado crear. Organizamos durante un tiempo espacios en pisos compartidos donde realizar el abordaje multidisciplinar, junto a coterapeutas, combinando la psicoterapia familiar y el uso controlado del neuroléptico en el marco de esta convivencia en espacios concretos donde se acompañaba a la persona, y se motivaban sus dinámicas sociales. Estos experimentos quedaron frustrados por la falta de apoyo, y tampoco las propias familias estaban preparadas para financiarlos, porque hacía falta una economía.

En el supuesto de que exista ese espacio adecuado o de que no haya un elemento psicótico desbordante: ¿sirve para algo la psicoterapia individual con psicóticos? Sí, sirve y es fundamental. Es el elemento principal, en primer lugar por proporcionar el acompañamiento empático necesario que he explicado antes, y en segundo porque nos da la posibilidad de establecer una matriz original que nos permita sustituir la carencia vincular primitiva con ese espacio matriz, que va a ser un espacio individual donde vamos a generar una relación vincular. Relación que algunos autores califican de maternal, capaz de organizar esa función materna que no ha existido. Esta terapia individual por lo tanto exige además de unos medios, una presencia, un tipo de relación muy especial, muy concreta.

La idea es a partir de de dicha relación vincular intervenir con herramientas que recuperen lo sensorial mediante técnicas específicas, sensoriomotrices y neuromusculares, que facilitan ese yo piel. Se trata concretamente de trabajar con los sentidos, sobre todo con el sentido vestibular y el óptico, para establecer una maduración en aquellas zonas a las que habitualmente no llegamos con la palabra, ya sea el quiasma óptico, la zona amigdalínica, la formación reticular, etc. Accediendo así con técnicas somáticas, en las que la palabra participa poco, a las zonas en las que se está generando en gran medida esa disfunción perceptiva, para favorecer progresivamente la maduración de esas zonas límbicas, y complementamos con otras herramientas convergentes como puede ser la audiopsicofonología, que trabaja también el sistema vestibular.

Esta es la lógica fundamental a seguir si queremos hacer algo con lo psicótico, siempre en combinación con la terapia familiar sistémica que he apuntado antes, que realizará otro profesional que se coordina con el psicoterapeuta, y con la labor del especialista en psicofarmacología que medicará de forma moderada para no neuroleptizar y permitir que la persona pueda hacer su psicoterapia y participar en las dinámicas psicosociales con la ayuda del coterapeuta. Este protocolo multidisciplinar, que supone equipo y acompañamiento, es la alternativa que nosotros planteamos, y con la que llevamos lidiando muchas décadas. ¿Con cuanta efectividad? Muy poca, porque pocas veces se dan las condiciones necesarias. Cuando se dan, hay efectividad. Cuando están los medios la evolución, los cambios son tan gratificantes, es tan bonito observar como esa persona logra entrar en el mundo social sin neuroleptizar y sin perder el contacto con esa particularidad mística que produce lo psicótico. En este sentido se comprende que cuando hablamos de lo psicótico no lo hacemos como una forma de desvalorización, al contrario, podríamos incluso decir: pobres neuróticos, no saben lo que se pierden por no experimentar la forma de percibir la vida, la realidad o el universo, de lo psicótico. Refiriéndonos a cuando están mínimamente en su piel, porque cuando no es así el sufrimiento es enorme. ¿Cómo hacer entonces para que esa percepción no se pierda y al mismo tiempo se pueda recomponer y reconstruir ese yo? ¿Es factible? Se puede, sí, si hay condiciones. Y para ello hay que tener presente todo lo que hemos propuesto.

Para concluir hablaremos de la prevención. Para evitar lo psicótico ante todo debemos facilitar espacios donde la función maternal, y no me refiero a la figura materna exclusiva sino a la función maternal de afectividad, calor, contacto, piel, exista durante esos primeros tiempos de vida, para acompañar los procesos de crecimiento desde la presencia, la afectividad, y el respeto.

Estamos viviendo un momento en el que se confunde los roles y estamos olvidando la importancia de esa presencia, y los bebés y los niños entran en dinámicas de dispersión desde que nacen, de múltiples presencias, de múltiples espacios que en gran medida son las causas de que encontremos niños y niñas con esas etiquetas tan variopintas como las que se dan hoy en día.

PREGUNTAS

1. ¿Si durante los primeros años de vida no se ha dado esta función materna, hay riesgo de que puedan surgir brotes en la adolescencia?

La lógica es la siguiente. La adolescencia es precisamente por toda la implosión hormonal y por ser el momento en que se organiza y en el que se interrelaciona el sistema cognitivo con el sistema neurohormonal, el periodo en el que se da la conexión de esos dos sistemas más complejos, y se necesita una presencia yoica, una mínima relación intersistémica. Si existe ya una vulnerabilidad del yo todo lo anterior es carente. Cuando ya existe un antecedente y llega la adolescencia vamos encontrarnos con que no hay adaptación a ese proceso de cambio. Entonces puede ocurrir que aparezcan comportamientos donde la conciencia está alterada, una percepción distorsionada o mecanismos de cierta enajenación. La adolescencia es un momento clave porque las predisposiciones que acompañan todo el proceso ontogénico salen a la luz, lo que ni es bueno ni malo, tan solo sabemos que puede ocurrir, con lo cual, si tomamos entonces medidas de prevención para abordarlo de una forma adecuada en esa edad se puede reconstruir mucho más fácilmente que en la edad adulta, porque el organismo conserva cierta plasticidad neuronal y somatomórfica. El problema reside en cómo abordarlo. Si se aborda sin estas herramientas a las que me he referido aumenta la posibilidad de que se viva aún más como Frankenstein.

2. Pregunta sobre la audiopsicofonología.

Es un método que desarrolló un especialista del oído que se llama Tomatis en París hace unas décadas, en origen para niños con problemas auditivos, y para después extender su uso a trastornos del espectro autista, para niños con problemas de relación y para estados carenciales como pueden ser los síndromes de lo psicótico. Se trabaja el sistema vestibular mediante técnicas de música filtrada, que es similar a los sonidos que percibimos tanto cuando estamos en el vientre materno como durante los primeros momentos de relación, en los que se escucha de una manera específica. Ayuda a madurar ciertos centros del sistema límbico. Es básicamente un trabajo de estimulación que como herramienta convergente resulta útil.

Sabiendo que en los hospitales la figura del psicólogo ni existe ni la consideran necesaria comentar que todo lo que has contado, que es genial, tiene después poco que ver con la realidad ¿No?

Lo que he relatado es el resultado de décadas de trabajo ingente de investigación y práctica. Si buscamos eficacia tanto en los centros de salud como en la práctica privada son necesarios todos los acercamientos. No se puede abordar la psicosis sólo con neurolépticos, ni solo con terapia familiar sistémica. Con eso vas a lograr algunos objetivos, ¿pero cuáles?: objetivos puramente de adaptación. Pero ese no es nuestro objetivo. Nuestro objetivo es lograr la máxima recuperación de la persona y el yo, y eso no equivale a acabar vegetando junto a la televisión de casa todo el día.

Es un campo que está en mantillas, aunque ya fue formulado en los años 70 cuando comenzó a plantearse una psiquiatría de lo psicótico mínimamente humana, con el neuroléptico junto a otras alternativas como la psicoterapia. Pero, sí, estamos igual.

3. Pregunta sobre la relación madre hijo, cuando la función maternal es la causa del problema).

¿Qué posibilidades hay de que ese hijo psicótico venga de alguna manera a darle un sentido a esa madre que no lo tiene?

En ocasiones cuando ha habido una madre ausente por un tiempo, por lo que sea, por abandono o fallecimiento, sí que observamos que puede haber una compensación de esa carencia con la forma en cómo se vive la relación en ese sistema familiar. Si el sistema es el mismo va ser muy difícil resolverlo a no ser que se haga una intervención preventiva en el sistema desde el principio, desde que se ha hecho ese cribaje. En estos casos la intervención primaria resulta fundamental. Si nosotros vamos acompañando los sistemas familiares desde que observamos que hay conflictos de este tipo, con la intervención preventiva podremos trabajar sobre las familias para modificar esas relaciones que tú comentas que ya de por si suelen ser patologizantes. O compensar con funciones maternas alternativas, que otra persona ejerza esa función de maternal, o también haciendo una intervención a la madre. En este fenómeno la intervención clínica y la preventiva va más de la mano que ninguna otra situación ya que estamos hablando de conflictos primarios que se producen en etapas esenciales. Hay muchos otros fenómenos como por ejemplo los trastornos neuróticos, de ansiedad, de angustia o lo borderline que enlazan con ese primer periodo, pero en los que la correlación es mucho más difusa porque en ese tipo de trastornos hay muchas más variables que entran en juego. En cambio en los trastornos de identidad, en los trastornos perceptivos, la correlación es matemática porque es justo cuando se están organizando esos sistemas. Por eso tenemos que adoptar esa mirada preventiva, que supone crear todo desde cero porque no hay nada.

Hace poco en Barcelona haciendo un taller del vínculo con un grupo grande de matrones y matronas interesadas en ese discurso preventivo compartí la perspectiva de que su labor no es solamente la de ayudar a parir, si no la de acompañar el “pre”, el “durante” y el “post”, de modo que se establezcan las bases de una funcionalidad somatopsicológica. Sirva como ejemplo el tema la violencia obstetricia de la que se habla ahora tanto. No solamente es un problema para la mujer que padece la violencia, las consecuencias de esa violencia las va a sufrir después también ese futuro adulto, hombre o mujer, que va a tener una predisposición psicótica.

Así ciertos profesionales que no son del mundo de la psiquiatría ni de la psicología, van tomado conciencia de que no estamos tan divididos, no es tanto como nos lo venden, ese “yo hago desde aquí hasta allí y tú entonces desde allí hasta allá”. Todos debemos tener una perspectiva de organización del proceso de maduración del ser humano, para entender el cometido que tiene cada especialista, para comprender la función que cada uno tenemos que cumplir.

4. ¿Cuál debe ser la función del psiquiatra en la gestión de este asunto?

Tiene el cometido claro de organizar los espacios de salud y como especialista todo lo relacionado con la psicofarmacología, de una manera funcional y en equipo. Si además es psicoterapeuta y quiere hacer un trabajo de psicoterapia es otro tema.

Ten en cuenta además que en lo psicótico concurren muchas complicaciones fisiológicas a distintos niveles, por ello la visión médica es muy necesaria para comprender los trastornos que se están produciendo, las patologías colaterales, etc. Ésa es su función para nuestro equipo.

5. ¿Existen estudios que relacionen la violencia de género con la falta de esa función maternal?

Hay pocos, cuando hablas de violencia de género estás hablando de edades de quienes la sufren muy variadas.

Lo que sí hay son muchos estudios del ambiente de violencia que rodea a los bebés, niños y niñas, en esas primeras edades, que demuestran esa falta de plasticidad neuronal y conflictos de integración dentro de la formación reticular. Hay infinidad de estudios pero casi todos versan sobre el conflicto de conexión entre lo límbico y lo cortical.

6. ¿Qué ocurre cuando un adulto con tendencia psicótica vive el duelo precisamente de esa figura simbiótica?

Aquí hay dos aspectos a tener en cuenta: el antes y el después. Si por lo que fuera hemos tenido la posibilidad de conocer la relación de esa pareja antes de la crisis, porque habido a una intervención previa y constatamos que es simbiótica, ya sabemos que existe un riesgo, cierto precedente, y cuando ocurre el duelo podemos intervenir de un modo más rápido y efectivo. La intervención con esa persona se debe orientar a compensar ese dolor no solo desde la perspectiva del duelo, sino también desde la perdida vincular, sabiendo que por esa doble pérdida el riesgo de suicidio es mucho mayor.

Cuando no conocemos con anterioridad la relación de pareja, y se produce la crisis, como la reacción suele ser rápida a veces no da tiempo a intervenir porque se produce el suicidio, o porque hay reacciones de violencia. O hay crisis psicóticas o depresivas mayores, y acuden a nosotros, en cuyo caso sí podemos intervenir.

Llegado el momento de la intervención lo interesante es comprender la lógica etiológica de ese conflicto, porque lo vamos a poder situar dentro del marco de esa segunda pérdida. Compensar eso es muy complicado y exige un trabajo de psicoterapia vincular y de mantenimiento de esa relación terapéutica que no es fácil. Lo interesante es tener ese conocimiento previo por haber hecho por ejemplo terapia de pareja, en la que se haya tenido la posibilidad de hacer un diagnóstico que permite conocer la relación simbiótica que se produce. Esa evaluación es crucial ya que así sabes que si esa pareja se rompe existe cierto tipo de riesgo y vas a acompañar la separación con medidas preventivas específicas que no adoptarías para otro tipo de pareja.

¿Y en el caso de una muerte dentro de la pareja simbiótica?

El abordaje sería parecido al de una separación. Consistiría en trabajar con psicoterapia más sensorio motriz que de duelo específicamente, esto es, no solamente trabajar cognitivamente el duelo sino trabajar la recuperación de esa muerte del yo por segunda vez. Cuando muere alguien con quien tengo una relación simbiótica, muero yo, pierdo una parte de mi yo que muere con esa persona, y vuelvo a entrar en esa sensación de enajenación, de vacío terrible. Es un sufrimiento que muchas veces en apariencia es el mismo que en otros duelos pero la procesión se lleva por dentro y la forma de vivirlo en este tipo de casos es totalmente distinta. Comprender ese matiz permite prevenir situaciones cada vez más frecuentes como los suicidios. Cuando se habla de prevención de suicidios se tiene que tener claro este tipo de cosas, este tipo de diagnósticos.

7. Llama la atención la relación entre el consumo de sustancias y los síntomas psicóticos, así como las diferentes reacciones individuales, mientras que a unos después de consumir se les pasan los síntomas en otros parece despertar algo que tenían dormido. Parece probado en este segundo caso que hay una predisposición a despertar una esquizofrenia por el consumo de sustancias. Me ha quedado muy clara la importancia que le das a tratar bien el brote inicial.

En el caso de una persona que tras consumir sustancias y en la que ante el cese de la sustancia persisten los síntomas: ¿Es debido a que no se han sabido tratar bien desde el principio esos brotes que ha presentado?

Es una opción. Hace no mucho conocí el caso de una persona que ha sufrido varios brotes y siempre tras la ingesta de marihuana. Las crisis han ido aumentando porque no tenía ningún tipo de intervención; la ingresan tras el brote, permanece unos días en urgencias y después a casa con neuroléptico vía ambulatoria, hasta que deja de tomar la medicación, vuelve a consumir, la vuelven ingresar y así sucesivamente. Si no hay un acompañamiento al neuroléptico con una intervención psicoterapéutica, ¿que tenemos?, ¿qué garantía tienes incluso de que esa persona vaya a tomarse el neuroléptico?, a no ser que sea obligada vía judicial a recibir una inyección mensual, lo cual es bastante vejatorio como sabéis.

Lo que tú comentas demuestra también en cierta forma el elemento diferencial del que yo hablo y que es evidente en la práctica clínica. Mientras que hay personas que consumen cannabis todos los días y no tienen crisis psicóticas, otras en cambio fuman dos o tres porros y se van, o incluso casos en los que con solo unas caladas entran en estado pre-psicótico, y digo pre-psicótico porque el fenómeno no llega a organizarse del todo gracias a una pronta intervención clínica.

El problema no es el cannabis pues, sino quien lo toma y el momento en el que lo toma, como sucede con otras drogas. Según el tipo de particularidad personal puede afectar más a uno que a otro. Si se criminaliza o demoniza la sustancia no resolvemos nada. No dormir también puede producir psicosis. Esto lo sabe muy bien la gente que utiliza torturas para conseguir que el torturado hable.