Psicoterapia individual y parejas desde 1982

LA CONCIENCIA DE LA MUERTE NOS AYUDA A VIVIR MAS PLENAMENTE.

Xavier Serrano Hortelano. Jueves, 19 de Mayo de 2016

Cuando falleció mi madre en el hospital hace unos años, Andrea, mi hija menor, que había celebrado su séptimo cumpleaños apenas unos días antes, se encontró invadida por ese sufrimiento hondo que se experimenta ante el dolor, el deterioro y la muerte de un ser querido, más aún si se trata de alguien especial, como lo era su abuela para ella.

Durante unos días fue plasmando en una pequeña libreta su vivencia con dibujos que reflejaban todo el proceso de la enfermedad, hospitalización, incineración y ausencia de su “yaya”. En una de las páginas finales, junto a un corazón sonriente, escribió:.. “yaya no puedo verte, pero puedo sentirte, estate tranquila porque sé que tú también me sientes…”. El siguiente dibujo es el cuerpo de su yaya que le sonríe multiplicada en numerosas estilizadas figuritas casi idénticas que se reparten por el aire y que tienen esa misma sonrisa.

Lo que hizo mi hija surge de una necesidad común a todo ser humano desde sus orígenes: intentar cubrir el hueco de nuestra ignorancia,- y paliar su consecuente angustia-, aportando explicaciones en todo lo referente a la muerte y su después. La conciencia de que tanto nuestros seres queridos como nosotros mismos vamos a morir, pese a ser obvia, ha sido determinante en el desarrollo de las culturas, religiones y filosofías, y por tanto, en la cotidianidad del ser humano, como ya señaló Edgar Morin en su libro “El hombre y la muerte”.

Tanto nuestro tiempo de vida como la calidad de la misma están condicionados por la predisposición congénita, pero también por factores ambientales, sociales y económicos, como la contaminación electromagnética y atmosférica, el estrés laboral, el tipo de alimentación, los hábitos físicos, así como por dinámicas emocionales y relacionales. Sin olvidar la influencia que tienen en la configuración de la estructura personal las experiencias infantiles habidas a lo largo de todo el proceso madurativo, es decir desde la vida intrauterina hasta la adolescencia.

Tener en cuenta el límite temporal debiera ser una ayuda para reivindicar y desarrollar hábitos más saludables y humanizar las relaciones. Porque no solo hay que intentar vivir más, sino asimismo vivir de una forma más alegre, saludable y ecológica, aun a sabiendas de que muchas variables que no está en nuestras manos controlar pueden conducirnos a la muerte “sorpresiva”: entre ellas, ciertas enfermedades, catástrofes geofísicas, un accidente casual, o una agresión física.

Todo ello nos recuerda y confirma la imprevisibilidad de la vida y nuestra vulnerabilidad, y en consecuencia habría de llevarnos a priorizar algunas facetas de lo humano, como la solidaridad y la ternura, a potenciar nuestra capacidad de gozar y de amar, a ser más receptivos a los cambios y las crisis.

La sociedad actual, por contra, potencia el narcisismo y muestra como valores exquisitos, el poder y el control de las cosas y las personas; una sociedad donde ni se contempla la idea de nuestra finitud ni tampoco lo limitados que son los recursos del planeta, pues lo que prima son los intereses de unos pocos sobre los de la mayoría, como vemos diariamente a través de la explotación laboral, la violencia social, y una cierta mirada donde solo cabe el momento presente y se deja de lado el principio ecológico de la sostenibilidad, negando con ello tanto nuestra realidad mortal como el hecho de que somos todos uno.

¿Qué sentido tendrían la guerra, el asesinato, el maltrato, el abandono infantil y tantas otras actitudes que tenemos por inhumanas si fuéramos realmente conscientes de se nos ha sido dado un tiempo para vivir, y que poder hacerlo de una forma plena debería ser lo prioritario? .